lunes, 5 de noviembre de 2012

Día cuatro. Mimi Alonso


LA BOLSA PERDIDA

–¿Y qué llevabas en la bolsa?
–Dinero, bastante dinero –dijo Graham a Til.
No estaría bien reírse de él con la boca abierta, perdiendo el compás de la respiración, exagerada y atropelladamente, pero lo haría. Las carcajadas de Lord Til resonaron por la mansión mientras Graham, el inmaculado, sentía la vergüenza caer con cada sonrisa floja del resto, uniéndose al estallido del noble.

Abandonó la mansión con paso presuroso, como si aquellas carcajadas tuvieran la facultad de colgarle un cartel donde se leía un firme “Idiota”. Graham no se merecía que lejos de Leston continuaran pasándole aquellas cosas. Siempre que se pensaba vencedor de cualquier gesta, ocurría algo que le hacía quedar a la altura del betún. Claro que esas cosas no eran en parte sólo culpa suya. Los demás se mofaban de él aunque él siempre pensaba que lo hacían por envidia. Era un caballero capaz, fuerte y joven, apuesto y galante. Cualquier mujer preferiría morir antes que yacer con uno de aquellos cerdos que el país tenía entre sus filas, todos demacrados, oliendo a cuadra, sin dientes, viejos… Todos menos Til. Claro que las mujeres también preferirían estar muertas a yacer con él.
Cuando llegó a las cuadras, el sol se había puesto. Montó en su caballo. 

Incluso a ojos de un hombre, Lord Til resultaba irresistible. El propio Graham en plena  campaña militar, llevando meses lejos del hogar, comenzó a sentir una atracción peligrosa. Por eso al regresar de la Batalla de las Estepas, pidió que lo mandaran a Ventia. Pero eso jamás lo confesaría, antes prefería estar muerto que decir abiertamente cuál fue el motivo por el que pidió ser trasladado.

Comenzó a cabalgar en cuanto se vio lejos de las murallas. Iba a regresar con la bolsa que había perdido, y cuando la tuviera en la mano bien sujeta, se la mostraría. Así quizá se le borraría de la cara aquella sonrisa altanera.

–¿Dónde la habéis encontrado? –Preguntó Kristen.
–Muy próxima a la frontera –Til dio un trago largo al té, directamente de la tetera–. Manda que me traigan cerveza, estas hierbas son repulsivas.
Kristen llamó a Claire ordenando una jarra fría. Poco después la criada la dejaba sobre la mesa junto a dos copas. Se disponía a servirlas cuando Til se puso en pié para hacerlo él mismo.
–¿Se sabe algo de Julien?
–No, todavía no –respondió sintiendo una punzada de impotencia y miedo.
–Esos malditos salvajes se están moviendo –dijo Til cediéndole una de las jarras llenas hasta el borde–. Odio tener que coincidir que con los hombres de tu esposo, pero tenemos que hacer algo.
–¿Realmente lo crees? –Durante la expedición, Kristen se planteó seriamente hacerlo, pero estaba decidida a resistirse a la idea hasta que Til lo aconsejara. Podía ser muchas cosas pero si seguía sus consejos, sabía que Ventia sólo saldría beneficiada.
–Lo creo.
–Entonces movilizaremos a los soldados –dijo contundente.

Til llenó la otra copa y bebió la mitad de un trago mientras observaba curioso a su prima política.

–No sé si he perdido el juicio pero ¿te he escuchado aceptar mi consejo? ¿Estás dispuesta a ponerlo en práctica?
–Sí –dijo ella con mirada sombría. Odiaba darle la razón precisamente a él.
–Eso es muy interesante. Pensé que Lady Kristen jamás aceptaría nada mío, pero me alegra saber que las cosas pueden estar cambiando... –sonrió desnudándola con la mirada.
–La necesidad provoca el cambio, eso es todo. Sólo estamos hablando de la guerra, del Aumirio; nada más. No enredes mis palabras.
–No lo hago, prima.
–No soy tu prima.
–Sí a efectos prácticos.
–Til, por favor, ya basta –pidió Kristen echándose las manos a la cabeza. No podía soportarlo cuando se comportaba así, cuando la desarmaba y era consciente de que la gran mujer de alta cuna estaba en realidad desnuda y desvalida frente a él.
–Mandaré que se reúnan todos los hombres capaces de Ventia. Partiremos en unas semanas y regresaremos con carros cargados de Aumirio. Tu maridito estará orgulloso de ti, prima –dijo tomándola del mentón.
–No me toques –Kristen lo apartó de un manotazo.
–De acuerdo, esperaré a que me lo supliques para volver a hacerlo...



Ahí queda mi parte. Pelota en tu tejado, Migue.