sábado, 9 de marzo de 2013

Día doce. Mimi Alonso.


ATAQUE DE LOS ENEMIGOS

No se equivocaba: su ejército debió preparar la luchar en vez de mantener esa actitud arrogante que sólo servía en la corte de Leston. El amanecer llegó, y mientras el sol echaba atrás las nubes oscuras, el campamento amanecía salpicado de sangre. Til logró resistir el asalto blandiendo su arma en la oscuridad, pero no lo hicieron los que, con sus panzas al cielo, confiaron en el reconocimiento de sus galones por parte de los salvajes.
Cuatro supervivientes apresados, quince salvajes muertos, todavía les superaban en número... Mientras encadenaban las muñecas de Til, juró que acabaría con aquella horda de harapientos bastardos uno a uno.
El que parecía el líder le golpeó antes de hablar. El protocoloventiano indicaba que entonces debía morir, pero lamentablemente la espada de Tilhabía sido enfundada en el cinturón de una mole rubia que, con su sonrisa estúpida, disfrutaba al verle humillado.
Dijo palabras que no comprendió, antes se cortaría la cabeza que dedicar un mínimo esfuerzo  al idioma de los salvajes. Al menos todavía conservaba la lengua para escupir al líder salvaje y sonreír también: entonces ambos bandos estaban posicionados.
Atizándolos como animales les obligaron a abandonar el campamento atravesando escarpadas montañas. Parecía que los llevaran a un precipicio, pero se desviaron en el último instante. Tilse imaginócayendo al vacío para encontrar la ingrata muerte entre piedras afiladas, pero no, aquellos bastardos no dejaban de sorprenderle. Descendiendo un camino tortuoso hasta encontrar una pequeña oquedad en la montaña donde ¡sorpresa!, había más salvajes ocultos.
–Nunca podríamos haberlos encontrado aquí –se lamentó Sir Gerald Rozz.
–Cállate –escupió Til con desprecio. Debía reconocer el lugar, ver si tanto aquellos patéticos supervivientes como él tenían la mínima posibilidad de escapar.
El cabeza de expedición tomó asiento en un trono improvisado. A base de pieles, los salvajes habían alzado al que Til supuso su rey, como si de un dios se tratara. El salvaje le miró con arrogancia desde las alturas. Sí, indudablemente por sus venas corría sangre diferente al resto.
–Mirad lo que han atrapado mis hombres… –boquiabierto descubrió que hablaban el mismo idioma–. Un puñado de serpientes en mis tierras… Yo mato a las serpientes.
–Mi nombre es Sir TilwanGregor de Leston. Te ordeno que nos liberes ahora mismo –el salvaje recibió sus palabras con una sonrisa cargada de desprecio.
–Sir TilwanGregor de Leston, eres un ladrón y ahora estás en mis tierras. Cierra la boca si no quieres que vuele pendiente abajo junto a cabeza.
Declaró el salvaje levantando un cuerno con el que sació su sed.
–Ahora que nos hemos presentado según vuestras costumbres –se jactó el salvaje-, Sir Tilwan: ¿dónde está mi hermana?