sábado, 29 de diciembre de 2012

Día siete. Mimi Alonso.



ALGUIEN MUERE

Aquella mañana la brisa salada le salió al paso. El puerto era un hervidero de barcos tripulados por indigentes y mugrientas alimañas descargando un pescado que olía casi tan mal como ellos mismos.
El gigantesco rubio no pasaba desapercibido entre los medianos colonos de Ventia, con sus cabellos rojizos y la firme sensación de que aproximarse a alguien como él era un grave error. No costaba reconocerlo en la ciudad ni en ninguna parte. Estaba cansado de decirle a los estúpidos de Renzos que no enviaran a esos tipos para hacer negocios.
En cuanto lo divisó caminando por los tablones que formaban el paseo, aquella mole amarilla tuvo la delicadeza de echarse a un lado separándose del grueso de marinos. Til caminó hasta alcanzarle. Cuando estuvieron junto a unas mujeres andrajosas, lo suficientemente separados de aquellos malolientes con tendencia a vender la información que escuchaban, se dieron la mano.
–¿Qué coméis en tu tierra, rocas? –Preguntó Til haciendo un par de movimientos con la mano para que se fuera el dolor del apretón.
–¿Qué pasa con el aumirrio? –Til sonrió. Los renzonianos no se andaban con rodeos.
–Estamos a punto de explotar un yacimiento.
–Mi pueblo necesitar ya el aumirrio.
–También el mío, amigo.
–Dijiste que llevarría aumirrio hoy.
–Pues no va a poder ser. Llegaremos al yacimiento la semana próxima –respondió desafiante. El nórdico se estalló los nudillos con la mandíbula tensa.
–No mi imporrta cómo, llevarré aumirrio pasado mañana. Tienes hasta entonses parra conseguirrlo –dijo amenazante.
Acto seguido se dio la vuelta y desapareció por el camino de tablones que crujieron bajo sus más de ciento veinte kilos.
Til lo siguió con la mirada. Sabía que tenía un problema, lo sabía perfectamente. Aquellos monstruos rubios estaban por civilizar igual que sus métodos para hacer cumplir los tratos. No usaban las amenazas, los que les fallaban a penas tenía tiempo de dar dos pasos con un hacha incrustada en la cabeza.
La pescadera del puesto próximo, a sólo unos pasos de su posición, mostraba un reluciente salmón a sus clientas. La piel del pez brillaba al sol. Til miró las agallas de la mercancía recién sacada de los barcos. Algunos peces todavía estaban asfixiándose, abrían y cerraban la boca con insistencia fuera de su elemento. Por primera vez sintió lástima de aquellos absurdos animales que se dejaban cazar de forma tan estúpida. Sin duda merecían ese final, aquella asfixia agónica que se prolongaría durante horas. Eso merecían por imbéciles.
–A mí ponme la cola.
–Yo quiero la cabeza –dijo otra clienta metiendo la mano en su cesta de mimbre al encuentro de monedas.
En un abrir y cerrar de ojos el salmón estaba troceado y su sangre manchaba la boca de los otros peces, todavía vivos.
–¿Te pongo lo de siempre, Claire? ¿Lenguados frescos para la señora y rape para ti? ¿Claire?
Til se volvió en el acto. Allí estaba, la vieja sirvienta de Kristen mirándole con aquellos ojos incisivos, acusadores.
–Sí, Brigitte, lo de siempre.
–Por supuesto –dijo la pescadera levantando el cuchillo para terminar con la agonía de los peces entre salpicaduras de sangre y agua.


–Kristen, lo lamento muchísimo.
–¡Pero no es posible! –Exclamó hecha un mar de lágrimas–. ¿Cómo ha podido suceder algo tan terrible? Mi pobrecita Claire, mi querida... –No pudo continuar hablando. Til la abrazó acongojado por su tristeza. Agradeció que estuviera allí, que hubiera hecho todo lo posible para salvar a su querida nana de aquel carruaje descontrolado.
–No llores más, por favor.
–Es que no puedo evitarlo. No sabes lo que esa mujer significaba para mí. Llevaba toda la vida a su cuidado, ella me crió, era como mi abuela, mi madre... –dijo reenganchando el llanto.
–Tranquila, Kristen, tranquila... –Susurró consolador–. El destino es cruel. No importa lo bueno o malo que hayamos hecho en nuestras vidas. De pronto todo acaba y eso debería consolarnos. Piensa que no ha sufrido, se ha ido rápidamente, sin rastro de enfermedad.
–No puedo creer que no vaya a volver a verla. ¿Por qué le ha pasado a ella, precisamente?
–No lo sé, querida –dijo Til frunciendo los labios, fingiéndose afligido–. Supongo que estaba en el peor de los lugares en el peor de los momentos.
–No es justo. Esto No Es Justo.
–Lo sé primita, lo sé...

Esperó con ella que el cuerpo de la criada fuera llevado a la casa para prepararlo antes del funeral. Sujetó su mano, cedió su pañuelo e incluso recibió su cabeza apoyada en el hombro y aquellas lágrimas que le calaban la camisa mientras recordaba la expresión de terror en el rostro de la anciana, pero sobre todo sus ojos en el momento previo a que la empujara contra el coche mientras ambos recorrían un estrecho callejón de regreso a casa.

La media noche los alcanzó de cuerpo presente. La improvisada capilla que Kristen mandó instalar en el comedor principal de la mansión, hizo las veces de velatorio para su nana.
–Gracias Til, por quedarte a mi lado y compartir mi dolor ahora que Julien parece haberse esfumado de la faz de la tierra –dijo Kristen sollozando.
–No puedo decir que sea un placer Kristen, pero aquí me tendrás siempre para lo que necesites –respondió en su mejor actuación–. Deberías retirarte a descansar.
–Debería ser yo la muerta, no ella.
–No digas eso –rogó Til besando el dorso de su mano mientras ella volvía a deshacerse en sollozos–. Vamos, te acompañaré a tu dormitorio. Ya no podemos hacer nada por ella, de poco sirve que tú enfermes de puro agotamiento.

La siguió por las escaleras pensando que jamás había visto a alguien llorar tantas horas seguidas, debía resultar agotador. Y todo por una criada, una vieja que cualquier día habría aparecido tiesa en su cama.
–Eres el único que me queda, y ni siquiera nos llevábamos bien –dijo Kristen con una sonrisa triste mientras él le ayudaba a quitarse las delicadas botas de encaje.
–¿No nos llevábamos bien? –Preguntó sonriéndole arrodillado, todavía sostenía su pie desnudo entre las manos–. Eso no es cierto, siempre he estado aquí para ti -respondió adulador.
–Nunca pensé que fueras capaz de mostrarte tan atento y encantador en una situación como esta. Eres un auténtico amigo –le dijo sonriendo con tristeza, agotada.
–Lo soy –respondió él cubriéndola con una manta de gruesa lana blanca–. Intenta descansar ¿de acuerdo?

Mientras salía de la habitación echando un vistazo atrás a todo lo que había sucedido en el día, Til no podía dejar de pensar en algo que le martirizaba, algo que no supo hasta el momento en que dejó a Kristen tapada con aquella manta, destrozada sobre la cama: cada vez que mataba sentía una imperiosa necesidad de follársela, y por un motivo u otro, nunca acababa haciéndolo. 

***

A ver si Miguel se pone las pilas, que vaya tela, llevo ya más de un mes dándolo todo yo sola ¬¬
 

sábado, 15 de diciembre de 2012

Día seis. Mimi Alonso



ENCUENTRAN UN LIBRO

   –Bueno, sí, ¿y qué pasa? ¿qué puede hacer?
   –Puede desencadenar una guerra.
   
Kristen meditó las palabras de Claire. Muchas veces se pasan por alto las opiniones del servicio en una casa señorial, cuando son ellos precisamente las presencias invisibles que convergen en cada habitación, los espíritus que sirven el té, escuchan y callan con la vista baja. Tanto Kristen como Claire sabían de la doble función de la criada–espía, pero Kristen estaba tranquila al respecto, Claire nunca la traicionaría.
   –Niña, deberías bajar y hablar con ella. Muchos comprenden nuestro idioma, pero hay otros que sí. Quizá si te muestras amable acabe por cooperar contigo y con Ventia.
   –¿Tú crees?
   –Por supuesto. Baja y llévale esto –dijo Claire sacando de su delantal papeles arrugados que en algún momento fueron un libro.
   –¿Qué es?
   –La biblia, por supuesto. Llévatela contigo, deja que la vea y decida por sí misma si quiere ayudarte o no.
   –¿Crees que lo hará?
   –Creo que se mostrará más atenta a tus preguntas que a las de tu primo Til.
   –Julien ya debería estar de regreso. Es él quien tendría que ocuparse de este asunto, no yo –dijo Kristen afectada. Nadie sabía de su paradero desde hacía semanas. Parecía como si el mar lo hubiera tragado sin sin darle tiempo a despedidas, pero no era así: el barco salió de Leston.
   Carraspeó un par de veces intentando absorber las lágrimas que amenazaban con caer rodando escandalosamente por sus mejillas. No era el momento de mostrarse débil, debía ser consorte, debía ser Mujer de Leston: Mujer de Ventia. Claire acarició sus mejillas antes de invitarla con un gesto a tomar la puerta.

   Jamás le gustaron los calabozos, jamás pisaba aquella parte de la casa. Nunca salvo en casos como aquel, de necesidad extrema. La chica continuaba con los grilletes puestos, encadenada como se le hace a los perros guardianes durante el día.
   Se aproximó a ella con cierto recelo, llevaba el libro en la mano. La chica le miró aterrorizada con los ojos fuera de órbita. Cuando Kristen avanzó un poco más, la salvaje seguía temblando a la espera de que tras ella viniera su captor. Al percatarse…
   –No temas. Estoy sola… –pero la salvaje intentaba retroceder entre sollozos, alejándose–. No temas, de verdad. No voy a hacerte dañ…
   En ese momento se puso a gritar. Kristen retrocedió alarmada mientras veía el rostro de la salvaje mudar de color. Sus chillidos eran los más aterradores que hubiera escuchado en su vida. No sabía qué hacer y se decidió a alejarse intentando que el escándalo tocara su fin, pero no lo consiguió. La chica continuó gritando como si la estuvieran matando mucho después incluso de que se retirara escaleras arriba.

   Til se quitó las botas en la puerta. Utilizó su llave para colarse en la mansión sin despertar a nadie. Odiaba los interrogatorios de la gente, por eso nadie osaba preguntarle nunca nada. Nadie salvo Kristen, que podía hacer siempre lo que quisiera.
   Caminaba despacio intentando pasarle desapercibido cuando, para su sorpresa, fue él quien la vio atravesar la sala sigilosa. La siguió. Bajaba a los calabozos con un libro. ¿Qué demonios iba a hacer?...
   Mientras hablaba con la salvaje, desde la zona más oscura de los calabozos, Til las observaba llevándose un dedo a los labios, utilizando un lenguaje universal con la salvaje. La presa fue lista y aunque no calló, gritó espantando a su querida prima mientras los dientes de Til refulgían entre las sombras con una temible sonrisa.

sábado, 1 de diciembre de 2012

Día cinco. Mimi Alonso.





ALGUIEN SE MANCHA LA ROPA.

Aquella noche Lord Til tenía algo que celebrar. Las cocinas de aquella casa no podían satisfacer el hambre que sentía en ninguna de sus vertientes.
No solamente había atrapado una salvaje, también Kristen cedía al fin. Casi más que la captura era eso lo que ansiaba celebrar. Seguían sin noticias de Julien y ella, la sempiterna altanera, daba su brazo a torcer ante él, ni más ni menos. Til sabía que Kristen hubiera preferido amputarse la mano derecha a confesar que él tenía razón en algo.
Las calles de Ventia estaban desiertas a esa hora. La mugre se había trasladado a algún lugar oculto a ojos de la ley. Así debía ser siempre, pero el dichoso Julien decidió que no lo fuera. Con su filosofía de universidad prestigiosa quiso erradicar el toque de queda tan necesario para que en lugares como aquel se mantuvieran el orden y control del que tanto alardeaba en las misivas a Leston. Pero en Leston no tenían ni la menor idea de lo que realmente se estaba cociendo en la colonia. La vulgaridad caminaba a zancadas cortas por las calles, los comercios traficaban con mercancías que el mismo Julien hizo constar en un listado de prohibiciones, y lo que era aún más indignante, Julien lo sabía pero hacía caso omiso de aquella irregularidades excusándose en que si lo prohibían todo, aquello no sería una colonia sino más bien una cárcel.
Por supuesto, Julien. Da manga suelta al pueblo, hazles creer que realmente eres tan idiota como piensan y ten fe en que por obra y gracia de algún dios pagano, el pueblo te obedezca, pensaba Til entreteniéndose en su paseo por la calle principal.
Giró una esquina internándose en un callejón oscuro. Estaba convencido que Julien en su vida había puesto un pie en aquella zona de Ventia. Con el puño cerrado llamó un par de veces a una ruinosa puerta de madera que se abrió al poco, dejándole entrar al clandestino lugar.

En Ventia no había tabernas. La taberna como tal era catalogada de mal gusto por cualquiera que deseara ostentar un alto cargo entre las filas de la reina, pero lo cierto era que de un modo singular, cualquier caballero de alta cuna podía encontrarlas sin dificultad. Julien, el muy idiota, todavía pensaba que su colonia era la excepción.
Los nocturnos clientes levantaron la vista de sus jarras con la apertura de puerta, pero acto seguido volvieron a bajarla. Lord Til era un cliente casi tan habitual como ellos. La camarera, una vieja fea con las manos más callosas que las de un guerrero, se acercó a él. Siempre que Til visitaba la taberna, la mujer parecía mudar sus modales de marinero por una ridícula interpretación de dama de corte.
Buenas noches, caballero –colocó los mechones ralos que escapaban bajo el pañuelo mugriento–. ¿Qué desea tomar hoy nuestro señor?
No a ti, desde luego. Tomaré una cerveza.
Sois la mar de ingenioso, mi señor. En seguida os la traigo –dijo la mujer alejándose haciéndole un guiño.
Til todavía se preguntaba qué debía hacer para que aquella furcia gorda dejara de producirle nauseas en cada visita, cuando alguien le tocó el hombro.
Yo sé lo que pretendéis todos –un borracho al que reconoció por verle un par de veces en el puerto se colgó de su brazo. Propinó un golpe en el pecho al viejo haciendo que su fétido aliento y él, cayeran al suelo estrepitosamente. La taberna quedó en silencio–. Vosotros lo que queréis es quedaros con el aumirio, con todo el aumirio y vendérselo a los Renzos –decía el viejo mientras reía todavía en el suelo–. Yo los he visto trapichear en el puerto. Estos, estos bastardos se creen que somos idiotas, se creen que pueden...
Yo de ti cerraría la boca –amenazó Til.
Se creen que pueden engañarnos. Pero yo soy perro viejo –dijo el anciano poniéndose en pié entre tambaleos–, a mí no puedes engañarme, bastardo –escupió en su cara.
Til echó mano de su espada.
¡Mi señor! –El dueño de la taberna corrió hacia él–. Es un viejo borracho y mentiroso. No vale la pena que os manchéis las manos con él.
No voy a mancharme las manos, lo hará quien le lave la camisa –dijo Til atravesando el pecho del anciano sin mayor dificultad.
Todos los ojos que allí habían regresaron a las jarras de cerveza en silencio sepulcral.
¡Oh dios mío! –El dueño de la taberna intentó socorrer al viejo borracho que agonizaba en la tarima.
¡No! –Dijo Til señalando también su pecho con la espada mientras el anciano salpicaba ráfagas de sangre por la boca–. Así se acabarán sus locuras. Quién sabe qué más os habrá hecho creer este pescado podrido...
La señora gorda que había sido testigo de la escena se quedó congelada con la jarra de cerveza entre las manos. Til le hizo una señal para que se la acercara. Con total calma, como si tras su taburete no hubiera un hombre clamando por una muerte rápido, tomó su bebida, eructó, dejó libre su asiento para aproximarse al agonizante anciano. Secó su espada en su camisa y volvió a colgarla del cinturón. Le pisó el pecho mientras se dirigía a la salida.

Cierto era que Ventia tenía algo que a Leston le faltaba. Había pocos lugares en el mundo donde el cielo se viera tan estrellado.
Mientras regresaba a la casa pensó en Kristen. Era una lástima que fuera tan estrecha. Tras los acontecimientos transcurridos a lo largo del día, lo que más le apetecía era follársela hasta que se le cayera la polla.

lunes, 5 de noviembre de 2012

Día cuatro. Mimi Alonso


LA BOLSA PERDIDA

–¿Y qué llevabas en la bolsa?
–Dinero, bastante dinero –dijo Graham a Til.
No estaría bien reírse de él con la boca abierta, perdiendo el compás de la respiración, exagerada y atropelladamente, pero lo haría. Las carcajadas de Lord Til resonaron por la mansión mientras Graham, el inmaculado, sentía la vergüenza caer con cada sonrisa floja del resto, uniéndose al estallido del noble.

Abandonó la mansión con paso presuroso, como si aquellas carcajadas tuvieran la facultad de colgarle un cartel donde se leía un firme “Idiota”. Graham no se merecía que lejos de Leston continuaran pasándole aquellas cosas. Siempre que se pensaba vencedor de cualquier gesta, ocurría algo que le hacía quedar a la altura del betún. Claro que esas cosas no eran en parte sólo culpa suya. Los demás se mofaban de él aunque él siempre pensaba que lo hacían por envidia. Era un caballero capaz, fuerte y joven, apuesto y galante. Cualquier mujer preferiría morir antes que yacer con uno de aquellos cerdos que el país tenía entre sus filas, todos demacrados, oliendo a cuadra, sin dientes, viejos… Todos menos Til. Claro que las mujeres también preferirían estar muertas a yacer con él.
Cuando llegó a las cuadras, el sol se había puesto. Montó en su caballo. 

Incluso a ojos de un hombre, Lord Til resultaba irresistible. El propio Graham en plena  campaña militar, llevando meses lejos del hogar, comenzó a sentir una atracción peligrosa. Por eso al regresar de la Batalla de las Estepas, pidió que lo mandaran a Ventia. Pero eso jamás lo confesaría, antes prefería estar muerto que decir abiertamente cuál fue el motivo por el que pidió ser trasladado.

Comenzó a cabalgar en cuanto se vio lejos de las murallas. Iba a regresar con la bolsa que había perdido, y cuando la tuviera en la mano bien sujeta, se la mostraría. Así quizá se le borraría de la cara aquella sonrisa altanera.

–¿Dónde la habéis encontrado? –Preguntó Kristen.
–Muy próxima a la frontera –Til dio un trago largo al té, directamente de la tetera–. Manda que me traigan cerveza, estas hierbas son repulsivas.
Kristen llamó a Claire ordenando una jarra fría. Poco después la criada la dejaba sobre la mesa junto a dos copas. Se disponía a servirlas cuando Til se puso en pié para hacerlo él mismo.
–¿Se sabe algo de Julien?
–No, todavía no –respondió sintiendo una punzada de impotencia y miedo.
–Esos malditos salvajes se están moviendo –dijo Til cediéndole una de las jarras llenas hasta el borde–. Odio tener que coincidir que con los hombres de tu esposo, pero tenemos que hacer algo.
–¿Realmente lo crees? –Durante la expedición, Kristen se planteó seriamente hacerlo, pero estaba decidida a resistirse a la idea hasta que Til lo aconsejara. Podía ser muchas cosas pero si seguía sus consejos, sabía que Ventia sólo saldría beneficiada.
–Lo creo.
–Entonces movilizaremos a los soldados –dijo contundente.

Til llenó la otra copa y bebió la mitad de un trago mientras observaba curioso a su prima política.

–No sé si he perdido el juicio pero ¿te he escuchado aceptar mi consejo? ¿Estás dispuesta a ponerlo en práctica?
–Sí –dijo ella con mirada sombría. Odiaba darle la razón precisamente a él.
–Eso es muy interesante. Pensé que Lady Kristen jamás aceptaría nada mío, pero me alegra saber que las cosas pueden estar cambiando... –sonrió desnudándola con la mirada.
–La necesidad provoca el cambio, eso es todo. Sólo estamos hablando de la guerra, del Aumirio; nada más. No enredes mis palabras.
–No lo hago, prima.
–No soy tu prima.
–Sí a efectos prácticos.
–Til, por favor, ya basta –pidió Kristen echándose las manos a la cabeza. No podía soportarlo cuando se comportaba así, cuando la desarmaba y era consciente de que la gran mujer de alta cuna estaba en realidad desnuda y desvalida frente a él.
–Mandaré que se reúnan todos los hombres capaces de Ventia. Partiremos en unas semanas y regresaremos con carros cargados de Aumirio. Tu maridito estará orgulloso de ti, prima –dijo tomándola del mentón.
–No me toques –Kristen lo apartó de un manotazo.
–De acuerdo, esperaré a que me lo supliques para volver a hacerlo...



Ahí queda mi parte. Pelota en tu tejado, Migue.

lunes, 15 de octubre de 2012

Día tres. Mimi Alonso.






UN PASEO A CABALLO



Ciertamente el incidente del vino había sido inquietante. Ni por un momento Kristen sospechó que tuviera enemigos dentro de los muros de Ventia «¡qué digo! ¡dentro de mi propia casa!». Habían intentado envenenarla con ácido. Un gesto particularmente curioso puesto que esa era la forma que tenía Lord Julien para librarse de sus enemigos.

   «Traidores… Si supieran que siguen vivos gracias a mí…» pensó esgrimiendo una sonrisa torcida mientras se sumergía en la bañera llena de agua, leche y aceites, que le había preparado su fiel Claire. Todavía quemaba pese a que sólo entró en el baño cuando ya los exploradores se habían marchado de la ciudad.

   –¿Lord Til, no vamos a detenernos para descansar?
   –¿Qué eres, una niña o un hombre de Ventia? –Preguntó jactancioso.
Sólo llevaban tres horas cabalgando. El grupo de exploradores estaba compuesto por menos hombres válidos de los que le gustaría, todos aquellos sacos de carne se habían convertido en perezosos despojos con sólo vivir seis meses en la colonia. Til no pensaba darles descanso hasta que les sangraran los traseros.
   –No te preocupes Jeogre, ya casi hemos llegado –dijo Graham lanzando al Lord una sonrisa desafiante desde su caballo.

   Graham era el único que sobreviviría si se daba un combate cuerpo a cuerpo contra los salvajes. Ya habían peleado juntos en las legendarias batallas por la independencia de Leston. Ganó medallas, ganó honores, los niños se le acercaban por la calle, las mujeres se rendían a sus pies… Y entonces, cuando nada podía irle mejor, le enviaron a Ventia. En cuanto Til se enteró, supo que lo enviaban para hacerle llegar la muerte que tantas amistades no podían brindarle en Leston, pero Graham estaba lejos de compartir su visión. Él pensaba que le habían mandado allí para inspirar a los hombres, guiarlos en los conflictos que surgieran a la búsqueda del aumirio, sirviendo a Leston y haciendo valer sus leyes en tierras extranjeras.

   –Esperad mi regreso –ordenó Til al grupo de jinetes. Estaban próximos a la frontera, si la pasaban con las monturas alertarían a los salvajes poniéndose innecesariamente en peligro.
   –Estás loco. ¿Piensas adentrarte solo en territorio enemigo? –Se opuso Graham, pero Til no respondió. Espoleó su caballo y trotó en dirección al frondoso bosque donde acababa Ventia y la cosa comenzaba a ponerse realmente interesante.

   Sólo veinte minutos después tuvo que esconderse tras unas rocas al escucha voces cercanas. No pensó que los salvajes osaran acercarse tanto a la línea divisoria; encontrarlos tan despreocupados le enfureció. Una chica y un guerrero discutían acaloradamente en su repugnante idioma. Era una oportunidad perfecta para capturar un salvaje. Los hombres de Ventia nunca habían visto a ninguno separarse de su grupo.

   Sacó su revólver de la funda y apuntó con precisión a la muchacha. Los capturaría a ambos si le disparaba a ella; los salvajes jamás abandonaban a los suyos frente al enemigo. La partida de caza comenzaba y aquellos eran buenos especímenes. Quizá tras llevarlos a Ventia e interrogarlos, le ofrendaría a Lady Kristen sus cabezas para colgarlas en su dormitorio.

   Dos disparos prácticamente seguidos alertaron a los exploradores. Graham, tras discutir con un par de hombres que se negaron a abandonar su segura posición, montó en el caballo dispuesto a auxiliar a su compañero. Se adentraba en el bosque recorriendo el sendero que le pareció más despejado cuando vio dos figuras que caminaban en su dirección.

   Til regresaba y lo hacía con una muchacha. Le había atado las manos y tiraba de ella con ímpetu mientras la chica dejaba tras de sí una estrecha hilera de sangre.

   –¿Ya están de vuelta? –Sorprendida, Kristen dejó el bordador en la mesita junto a su taza de té y siguió a la criada escaleras abajo.

   Los exploradores aguardaban en la recepción con sus sombreros respetuosamente sujetos en las manos. Uno de ellos la dirigió al sótano donde Lord Julien había ordenado construir las celdas para ilustres prisioneros. El marido de Kristen estaba convencido de que estando en su propia casa, era mucho más difícil que las personalidades que allí hospedadas, escaparan con facilidad. Ella odiaba tener aquellas celdas bajo sus pies, odiaba escuchar los gritos alcanzando su dormitorio por las noches. 

   –¿Pero qué es esto? –Preguntó Kristen–. ¡Haz el favor de parar ya! –Pidió horrorizada viendo a Til descargar un nuevo latigazo en la espalda de la chica, que se encogía gritando de dolor en un rincón.
   –Levántate y presenta tus respetos –pidió Til amablemente con el látigo todavía ardiendo en su mano, Kristen sintió escalofríos viendo sus ojos brillar excitados por el miedo de la muchacha–. ¡Levántate y saluda a Lady Kristen! –La salvaje se apoyó en una cañería dorada intentando temblorosa ponerse en pie–. ¡Levántate! –Gritó dando zancadas hacia ella con la mano levantada.
   –¡Te he dicho que pares! –Le ordenó Kristen interponiéndose entre los dos. Al instante Til dejó caer la mano. 
   –Es basura.
   –Es una chiquilla –repuso ella furiosa, se volvió hacia la salvaje siendo consciente de la mancha de sangre que había quedado en la tubería–. ¿Me entiendes? ¿Entiendes mi idioma? –Preguntó sintiendo lástima por primera vez al ver el miedo en los ojos de un salvaje.




DÍA 3. Miguel Fernandez



Un paseo a caballo.


Friem, cabalgó toda la noche. Ya con el alba, se preguntaba como se sucederían los duelos, pero no tardaría en enterarse, en cuanto se proclamara un vencedor, una legión de jinetes, se apresurarían para llevar la noticia a todos los confines del reino. Las nuevas eran demasiado importantes, como para esperar a que llegaran por los medios normales. A lo lejos, vio una silueta, recortada por los primeros rayos de sol.

-¿Es una mujer? ¿Puede ser ella?- apretó las riendas y dio caza a la figura.- ¿Shania?

-¿Qué quieres?- la muchacha se puso en guardia.- No regresaré.

-No he venido para eso. Tu hermano me ha mandado para protegerte.- ella siguió caminando. Las sombras del amanecer, se extinguían a medida que recorría el camino.

-No necesito tu ayuda. Vete por donde has venido y se el fiel perro de mi hermano- las palabras estaban cargadas de odio y rabia.

-Tu hermano, a estas luces se esta jugando la vida en la sala blanca. Ha aceptado los duelos, y temo por su vida.- Señora suba al caballo.

-No me interesa, para nada, como discurran los duelos, o lo que ocurra en La Torre Blanca, o lo que le suceda al caudillo, o todos los que lo rodean.- vocifero colocando su capa, para protegerse del frío de la mañana.- Solo me verán en la ciudad si me llevas como cadáver.

-Pero. . . pero. . .- era la mujer más terca que había conocido jamás.- Vale ya estoy harto, sube al puto caballo.-Friem agarro a la muchacha del brazo y de un tirón la subió a la silla.

-Suéltame cabestro. Suéltame te digo.- la joven intentaba zafarse del abrazo del guerrero pero la fuerza de este era muy superior.

-Ahora, cállate. Vamos a casa de un buen amigo, y te agradecería, que no dieras indicios de quien eres.

-Animal. Bestia.- concluyó ella diciendo la última palabra.


La mañana en la capital era gris. Un brazo herido, y magulladuras por todo el cuerpo. Esas eran las lesiones en sus carnes, pero esas no le dolían, lo que realmente le incomodaba era el punzante pensamiento de saber que había fallado a su padre.

-Señor Breogam, el caudillo reclama la presencia de todos los caballeros en el gran salón blanco.

-Boy.- no le apetecía, pero ahora su vida no le pertenecía.

El criado salió por la puerta, dejando atrás a Breogam. Los aposentos de los guerreros no eran a lo que estaba acostumbrado, pero eso era lo de menos. Ahora debería de ser el mejor de los caballeros, y algún día recuperaría su lugar. Se vistió con su traje de cuero, y las placas de quitina. Era una defensa liviana, fácil de poner y resistente en batalla. Camino por los pasillos y miró en salones con grandes maquinarias que solo unos pocos conocían, y menos sabían de su funcionamiento o para que servían. Los sonidos a metal se sucedían y el calor hacia difícil respirar en algunas zonas. Siguió los pasillos hasta el salón blanco, preguntándose que seria de su hermana y de Friem. Esperaba que la encontrara y la protegiera, aun a costa de su propia vida.

En el gran salón, ya esperaban algunos de los caballeros. Vio un par de caras conocidas, dos leales hombres a su casa. Caminó hacia ellos.

-Buen día Breo.- dijo uno de ellos.

-¿Cómo estas, chico?- pregunto el otro en tono condescendiente.

-Que este día os sea propicio.- contesto Breogam.- ¿Sabéis el porque de esta reunión?- preguntó temiendo por la vida de su hermana. Cloud abrió la boca pero en ese momento entró en la sala en nuevo caudillo.

-¡ATENCIÓN! ENTRA EN EL SALÓN BLANCO EL CAUDILLO.

El señor tomó asiento. Mientras en toda la sala un murmullo se hizo patente.

-Aquí esta. Cree que ser caudillo, consiste en ser una decapitadota en el campo de batalla.- comento Cloud.

-Como guerrero, es bueno, sin duda. Pero no creo que dure mucho.- dijo Bladius.- Demasiado impulsivo.- Concluyó.

No solo ellos comentaban, toda la sala parloteaba sobre el nuevo caudillo. Las ideas se sobreponían, y de todas las tendencias posibles. Los más estaban en acuerdo con Bladius.

-Caballeros.- la voz del soberano, se escuchó por encima de todos los murmullos.- una sombra nos acecha desde el sur. El reino, de más allá de las montañas, esta moviendo sus tropas.- uno de los druidas se acercó, y dijo algo al oído del caudillo.- Mañana tres casas partirán al sur. Yo encabezaré la marcha, con Raven a mi derecha, y. . .- hizo una pausa buscando a alguien en la sala- Breogam nos cubrirá en la defensa.

Breogam hizo una mueca. Cloud le puso la mano en el hombro, haciendo que se serenara. Ir en la retaguardia era una vergüenza y el señor lo sabía. Sin más, los reunidos en el salón blanco, empezaron a retirarse. Breogam pensaba en lo bajo de los actos del caudillo. Pero era hijo de Troin el grande y lo demostraría en batalla.

domingo, 30 de septiembre de 2012

DÍA 2. Miguel Fernandez



 EL CRIMEN

Amaneció lluvioso, el valle se notaba pesado y oscuro. La gente esperaba la hora de los duelos en sus pallozas, mirando de vez en cuando el reloj de la torre.

-¿Señor Breogam?- la voz de un amigo atravesó las cortinas de la cámara.

-Friem, ¡amigo! Pasa, sabes que tú siempre eres bien venido en mi presencia.

-Breo, querido amigo. . .- Friem hizo una pausa y cogió aliento.- No se como. . . no se como decirte esto.

-No tengo ganas de sorpresas- dijo Breogam dando media vuelta en la cama.- Si no es algo referente a nuestro pueblo, no quiero saber nada. Te ruego que me dejes.

Friem se sentó en el borde de la cama, agarró la manta de piel y tiró de ella.

-Sabes que no te molestaría si no fuera algo importante- dijo empujando a su compañero en mil batallas.- Es una. . . – hizo una pausa calculando sus palabras.- Bueno creo que es una buena noticia. Quizá no sea importante para tu pueblo, pero si para ti y tu familia.

-¿Qué quieres decir? ¿Qué ocurre?- se incorporó en la cama, clavando sus ojos en los de Friem.- Contesta, ¿Qué demonios ocurre?

Friem se puso en pie, tragó saliva y posó su mano sobre el hombro de Breogam.

-Shania, tu hermana, tu única hermana- susurró, como si las paredes pudieran oírle.

-¿Qué sucede con Shania? ¿Le ha ocurrido algo? ¿Está bien? Contesta.

-Ha desaparecido. Se esfumó, de La Casa Del Jazmín, ayer noche.

-Mierda. ¿Cómo puede ser?- la vergüenza se instauraba en su propia casa.- Friem tienes. . .

Tras una breve reflexión, bajó la cabeza, y tragó saliva.

Las leyes decían claramente, que las mujeres nacidas de yacer un guerrero y una doncella se convertirían en doncellas, el resto de su vida fértil. Una vez cumplida su época de madres, tendrían la opción de convertirse en campesinas o recolectoras. Esa era toda la vida que conocían las mujeres de su pueblo.

Su hermana, una joven de lo más vello que su tierra dio, decidió otro futuro. Una deshonra para su casa, pero, por dentro su corazón de guerrero, latía enviándole a su hermana todas sus fuerzas.

-¿Hermano?- levantó la cabeza.

-Si. ¿Mi señor?

-Sabes lo que tienes que hacer.

-Señor, yo. . .- Breogam le interrumpió.

-Si, lo se. Se perfectamente lo que sientes.

-¿Entonces?- Friem esbozó una sonrisa.- Eso quiere decir que. . .

-Eso quiere decir que, partirás inmediatamente, la encontraras, y la protegerás hasta que llegue a su destino. Sea cual sea, si le ocurre algo tú y solo tú serás el responsable.

-Pero señor. . .

Breogam se puso en pie. Dando unos pasos se acercó a la ventana, apoyándose en el marco, miró al exterior. Debajo de la torre, el mercado, poco más allá, las cabañas y la muralla, construida hacia muchos lustros por hombres ya olvidados, y solo un poco más lejos los valles y lagos.

Colocó un mechón de pelo detrás de la oreja y rió.

-No te preocupes, ganare tanto tiempo como me sea posible.

-Gracias, dijo el guerrero, saliendo por la puerta.

Su hermana estaba a salvo. Friem era uno de los mejores hombres de armas que conocía. Tras pensar en esto, se percató que solo quedaban unas horas para que dieran comienzo los duelos. Quizá fuera a la casa de Los Rosales, un buen rato siempre hacia bien.

En este día se reafirmaría su mandato o por el contrario seria su final.

Día dos. Mimi Alonso.



EL CRIMEN

   –Tenemos que hacer algo ya.
   –Lord Julien todavía está de viaje, esperaremos su regreso para…
   –¡No! ¡Se acabó la espera! –Dijo Lord Legard Folt acompañando su exclamación con un golpe sobre la mesa que hizo danzar el vino de las copas.
   –Creo que deberíais calmaros, Lord Legard –sugirió Til con la mirada tan afilada como las lanzas de los salvajes, el Lord carraspeó lleno de rabia contenida–. Como dice mi queridísima prima, Lord Julien no ha regresado de su viaje a Leston: nadie hará nada hasta entonces.
   –¡Pero necesitamos más aumirio! –Protestó Corinte Howkings–. Quizá podríamos enviar un grupo de exploradores al yacimiento próximo a la frontera.
   –¿Estáis sordo o es que no comprendéis a la dama? –El puñal que Til guardaba en su cinturón rozó en el cuello de Corinte en un pestañeo.
   –Ya es suficiente, caballeros –dijo Kristen dedicándole una gélida mirada a su primo político–. Esto no es necesario. Estoy convencida de que el señor Corinte no pretendía desafiar mis órdenes. Baje el cuchillo, Lord Til.
   –No es un cuchillo, querida –dijo este con un amplia sonrisa en los labios, guardó el arma y tomó asiento como si el incidente no hubiera sucedido.
   –Lady Kristen, necesitamos aumirio. Las fábricas están paradas, pero es que además precisamos del mineral para elaborar… ya sabe mi señora.
 
   La esposa de Lord Julien meditó las palabras que Legard Folt había pronunciado, esta vez sin golpe alguno sobre la mesa. Por más que le costara dar la razón a aquel estúpido cabeza de chorlito, la tenía. Cuando su esposo partió hacia Leston la reserva ya escaseaba. ¿En qué diablos estaba pensando? ¿Cómo podía estar retrasando tanto su vuelta? ¿Qué debía hacer ella?

   «¡Quítame los ojos de encima, maldito seas!» pensó sintiendo la mirada de Til recorriendo cada centímetro de su cuerpo. ¿Por qué su esposo tenía que dejarla encargada de Ventia en vez de poner al mando a su adorado primo? Él era ideal para ostentar el cargo, seguro que sabía exactamente qué debía hacerse en ocasiones como aquellas, pero antes que pedirle consejo prefería morir. No soportaría que los ojos verdes de aquel hombre juzgaran su inexperiencia de modo tan socarrón como acostumbraban. No, no le pediría nada.

   Si aquellos idiotas de Ventia querían aumirio, tendrían aumirio.

   –Enviaremos soldados al yacimiento de la frontera.
   –¿Pero qué dices Kristen? –Preguntó Til riendo con sarcasmo–. No puedes hacerlo.
   –Puedo hacer lo que me de la gana, para eso mi esposo me ha dejado al mando –Til recibió desafiante sus órdenes, con una leve inclinación de cabeza cerró la boca para que ella continuara hablando–. Serán hombres de vuestra guardia personal, no perderemos a los nuestros si los salvajes atacan.
   –¡Pero tendríais que enviar hombres de Ventia!
   –He dicho que no –dijo Kristen subiendo la voz, los congregados en la mesa redonda callaron.
   –De acuerdo, los enviaremos mañana.
   –Si te parece bien, queridísima prima, yo iré encabezando la expedición –dijo su primo tomando un trago del vino que escaseaba en su copa.
   –Como desees.

   Los Lores se retiraron con un barullo de sillas arrastradas en el entarimado mientras ella continuaba a la mesa. Bajo sus manos el grueso fardo de documentos, facilitado por los idiotas mandatarios de su esposo, estaba más abombado que nunca.

   –Iremos en dirección norte, atravesaremos la cordillera y desde allí, aún de noche, llegaremos al yacimiento.
   –Bien.
   –¿De verdad no quieres esperar a tu marido? Creo que esto te queda grande.

   Kristen tomó su copa por primera vez y se la llevó a los labios.

   –Eso es una impertinencia. Soy Lady Kristen, esposa de Lord Julien regente de Ventia, y puedo hacer lo que se me antoje; no eres nadie para entrometerte en mis órdenes.
   –En eso tienes razón, pero…
   –No hay peros. Acepta tu lugar en esta colonia y guárdame el respeto que debes.
   –Sí mi señora.
   –Además sé cuidar de Ventia y de mí misma –el vino olía a especias, dulce. 
   –No lo dudo, pero si me permites –dijo Til retirándole la copa de los labios antes que probara la libación–, para empezar a cuidar de ti misma deberías cerciorarte que el vino de tu mesa no esté envenenado.
   –¿Qué estás diciendo? –Preguntó Kristen furiosa, observando su copa alejarse a manos de Til.
   –Lo que escuchas, mi señora –dijo este arrojando el contenido al entarimado que se ennegreció con un ligero humillo, justo cuando el ácido vertido comenzó a corroer la madera. 









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Atentos que Miguel aparece en cero coma.
¡Espero que os guste!

domingo, 16 de septiembre de 2012

DÍA 1. Miguel Fernandez



  EL BRINDIS

-Hijo mío, espero que luches con valor y tengas mil hijos. Los dioses saben que necesitamos hombres fuertes.

Las palabras sonaron en los oídos del joven guerrero. El peso de una carga más importante que su propia vida, recaía ahora sobre sus hombros.

-Padre, lo haré, desde este día juro que no parare hasta que nuestra familia rija de nuevo en los dominios de nuestros ancestros -la voz del muchacho se escuchó en todos los rincones de La Torre Blanca, en la sala fue como un trueno, ensordecedor para los presentes-. Lo que sí puedo asegurarte padre es que nuestros enemigos serán decapitados a espada y hacha.

Los más valerosos guerreros del territorio estaban presentes, la muerte de un gobernante, o la decisión de dejar el puesto por falta de fuerzas, era uno de los sucesos más importantes junto con las fiestas de Los Dioses.

El regente, Troin Sharón, El Grande, agarró las sabanas del color más puro, el verde de las praderas que se extendían por los valles en los que trotó con sus caballos tantas veces. Respiró con dificultad un par de veces más, y se dejó llevar por La Diosa Del Descanso y La Diosa De La Guerra, las que acompañaban a los grandes luchadores en su renacer en el reino de Ástur.

El joven muchacho, con sus apenas diecinueve años, recorrió el gran salón con la mirada, respiró todo lo profundo que le permitieron sus pulmones y alzando el cuerno del metal de Los Dioses, lanzó el grito que retó a todos los presentes.

Las miradas se cruzaron por la sala, en ese momento, tres de los presentes derramaron sus copas en el suelo, dejando claro así, que ellos retaban al sucesor del caudillo.

Entonces el silencio se hizo en todos los rincones de la fortaleza.

-Groxi Mano Hierro, reta al nuevo regente -uno de los más sanguinarios luchadores de todo el territorio.

-Zain Martillo Helado, reto al recién ascendido -un Guerrero de las tierras del norte. Poco dado a rebelar sus intenciones y tan sibilino como la más espantosa serpiente de los hielos.

-Berna Cima Ígnea, reto al nuevo señor -a cargo de las montañas hirvientes, amigo de la familia de Breogam, jamás pensó que él derramara el liquido para retarle.

Según las leyes, nada más ser proclamado “rey” el sucesor por derecho, todos los presentes, o mejor dicho, todos los que tuvieran agallas para retar y salir victoriosos de los duelos, podían hacerlo.

El druida se levantó de su silla y miró a los cuatro contendientes.

-Bien, mañana se celebrarán los duelos a espada entre los retadores -concluyó el anciano saliendo por una de las puertas de los laterales.

Los druidas siempre tenían la última palabra según las leyes, ellos conocían los secretos de los bosques y lagos, ellos eran los que podían derrocar a un caudillo si este no lo hacia bien, con esto no significaba que fueran todo poderosos, pero si por un traspiés del regente, se perdía una batalla o peor, una guerra, los druidas tenían la potestad para reunir a todos los guerreros y después de recitar unos viejos cánticos y poner en marcha el reloj de oro que presidía la pared detrás del trono, se encerrarían en la sala a los que por una u otra razón quisieran ser el nuevo señor. Tras las campanadas de la torre que resonaban por todo el valle, sólo uno de los allí reunidos podía salir con vida por la puerta, y claro estaba que no sería el que llevó a esa situación, porque cualquiera de los presentes estaría más que dispuesto a separar la cabeza de los hombros a un guerrero que no llevara a su pueblo a la gloria.

 *****

Pelota en tu tejado.
 

Día uno. Mimi Alonso.


EL BRINDIS

La gigantesca mole mecánica emergía en el puerto haciendo zozobrar los pesqueros y demás naves, semejantes a barquitos de papel comparados con ella.

Tras la boda, el submarino fue uno de más sonados caprichos de su esposo, un hombre maduro y rígido con reputación de pagar grandes sumas por sus excentricidades. Los ribetes que adornaban la proa estaban colocados a modo de cumplir una función desconocida para ella, pero altamente evidente a ojos de él. Cada quiebro de formaban, cada onda con cuerpo de serpiente enredándose con las otras miles, la hacía el arma más deseada y rápida conocida del momento. No eran sólo por sus misiles que podían destruir una ciudad como Ventia de un suspiro, era otro el motivo por el que sus enemigos deseaban poseerlo; el submarino podía recorrer la distancia que separaba Leston de aquella ciudad atestada por máquinas y científicos, en sólo dos días. Gracias al gigante de acero en poco tiempo habían logrado triplicar la población de la colonia.

Pocas semanas tras su llegada, aquel puzle de casas victorianas comenzó a contar con comercios, lugares malolientes donde se mezclaban las peores de las calañas para intercambiar basura. Agradeció su posición privilegiada alejándola de las obligaciones que otras desgraciadas, incluidas sus amigas llegadas de Leston, no podían evadir. Los mercados no eran para ella, las demás podrían olvidar su juventud, su cuna; podían ser sometidas por sus imberbes esposos, pero Kristen no. Antes de codearse con la pestilencia se suicidaría, porque cuando el ilustre Lord Julien colocó un anillo en su dedo para envidia de la sociedad lentoniense, ambos supieron a qué atenerse. Kristen fue raptada de su hogar para cumplir exclusivamente la misión digna de la esposa del dignatario; esperar en la bahía la llegada de  más prole harapienta a Ventia, la ciudad del gris.

Apagó la lámpara de aceite. Una marabunta cargada con sus bultos tristes comenzaba a evacuar el submarino. Odiaba que los secuaces de su marido miraran a la ventana con  esperanza de verla, cerciorando a su esposo de que todo estaba correctamente. Les odiaba a todos. Se quedó a oscuras observándolos, a ellos y al populacho, cuando la puerta de la estancia se abrió dejando entrar luz fúnebre desde el pasillo.

–Ya han llegado.
–Lo sé, los estoy viendo –Kristen se preguntaba cuánto tiempo Til, el primo de su esposo, se retrasaría en ir a informarle de la noticia.
–Debí haberlo supuesto –respondió con su sonrisa limpia–. Parece que Julien no vuelve con ellos.
–Tenía unos asuntos a tratar con Lord Stevens, regresará la próxima semana con el submarino vuelva cargado de mendigos y británicos aterrados.
–No estás de buen humor... Pero no te preocupes querida prima, tengo algo que seguro te hace recuperar la sonrisa aunque sólo sea un momento.

Intrigada, Kristen se volvió. Cuando le tenía de frente su corazón arrugado parecía revivir durante segundos antes de regresar al letargo de su vida.

–¿Por qué sólo un momento? –Preguntó viendo como el primo de Lord Julien llenaba dos copas de un vino tinto, dulce, que olía a frutas desde que descorchó la botella.
–No todo son buenas noticias. Por la ausencia de tu esposo –propuso Til juntando su copa con la de Kristen, ruborizada.
–Es delicioso.
–Es un regalo de nuestros amigos salvajes –se quedó lívida. Miró la botella y luego a él que permanecía con aquella imperturbable sonrisa, evaluando cada cambio que se producía en su rostro. 

Arrojó el contenido de su copa encima de Lord Til, la mano derecha de su esposo.

–Saca eso de mi casa.



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No os perdáis la publicación de Miguel.
Un saludo. 




PRÓLOGO, Tierra y Aumirio

Norte y sur.

Diferenciados desde los anales de la historia ya no sólo por las gentes, sino por las costumbres, las armas, el alma.

Norte y sur, orgullo o muerte.

Siglos atrás algunos pudieron elegir bando. En aquel mundo hostil, los agotados pueblos cruzaron la barrera intentando alejarse de la barbarie que traían los cañones recién llegados, para topar con las lanzas de siempre, que asesinaban y destrozaban en su mismo idioma. Pero aquello fue hace mucho tiempo, hoy a penas lo recuerdan, norte y sur son igual de hostiles.

Entre los poblados bosques nórdicos la paz se logra a golpe de hacha. Los cráneos frescos crujen a manos de los norteños, igual que los huesos de antaño. En el sur quizá sean más sibilinos, quizá inyectando un poco de ácido en un organismo se logre el baño de sangre que  deleite al pueblo.

Las antiguas tradiciones pesan en el norte, donde cada hombre posee una habilidad que  beneficia en la guerra, merecedora de ovación frente a cada altar. En el sur quedan todavía rastros de la civilización extinta; allí sólo tienen un Dios, manifestándose en grandes salones concurridos y palacios sucios de hollín.

Un mar oscuro los abraza a ambos. Sólo se deja entrever turquesa cuando el salitre mezclado con sangre enemiga proyecta la luz del sol. Y entonces sí festejan, norte y sur danzan primarios. Puede que eso sean ambos: salvajes bailando la luz de una hoguera que crepita, que anhela más cuerpos a devorar.
Suena el cuerno, al otro lado lo hace una gramola carcomida por melodías negras. El aumirio descansa más allá de las montañas; el norte lo tiene, el sur lo anhela.

Pero suena el cuerno, suena la gramola.
Es el momento. 
Busca tu refugio, empuña espada o revólver, garantiza tu supervivencia.

¿No los oyes?... Suenan.



*****
Mientras Miguel ilustraba ciertos elementos que iremos publicando más adelante, en aquella noche de verano yo garabateaba estas líneas. Sed pacientes, iremos desvelando más sorpresas según avancen las semanas.
Recibid un saludo de nuestra parte.
Gracias por venir.

Tierra y Aumirio, advertencia y presentación.

Sed bienvenidos a Tierra y Aumirio. 

Os presentamos nuestro ambicioso proyecto nacido una noche de verano cómplice, en plena tierra de montañas. 
Nacido de las cavilaciones de dos confidentes, esta novela por entregas pretende servir de entretenimiento a cualquiera que tenga a bien pasar un rato con nosotros. 

Promesas pocas. Tierra y Aumirio no habla de justicia y seres nobles, no habla de amor e idilios, nuestro proyecto no busca relatar proezas ni hazañas bíblicas. Hablaremos de un mundo que se bebe en dos visiones, hablaremos de lo que unos lloran para que otros festejen. 

Tierra y Aumirio es, en definitivas cuentas, un mundo como otro cualquiera. 

Sed bienvenidos.  


Miguel Fernández y Mimi Alonso.