EL CRIMEN
Amaneció lluvioso, el valle se
notaba pesado y oscuro. La gente esperaba la hora de los duelos en sus
pallozas, mirando de vez en cuando el reloj de la torre.
-¿Señor Breogam?- la voz de un
amigo atravesó las cortinas de la cámara.
-Friem, ¡amigo! Pasa, sabes que
tú siempre eres bien venido en mi presencia.
-Breo, querido amigo. . .- Friem hizo
una pausa y cogió aliento.- No se como. . . no se como decirte esto.
-No tengo ganas de sorpresas-
dijo Breogam dando media vuelta en la cama.- Si no es algo referente a nuestro
pueblo, no quiero saber nada. Te ruego que me dejes.
Friem se sentó en el borde de la
cama, agarró la manta de piel y tiró de ella.
-Sabes que no te molestaría si no
fuera algo importante- dijo empujando a su compañero en mil batallas.- Es una.
. . – hizo una pausa calculando sus palabras.- Bueno creo que es una buena
noticia. Quizá no sea importante para tu pueblo, pero si para ti y tu familia.
-¿Qué quieres decir? ¿Qué
ocurre?- se incorporó en la cama, clavando sus ojos en los de Friem.- Contesta,
¿Qué demonios ocurre?
Friem se puso en pie, tragó
saliva y posó su mano sobre el hombro de Breogam.
-Shania, tu hermana, tu única
hermana- susurró, como si las paredes pudieran oírle.
-¿Qué sucede con Shania? ¿Le ha
ocurrido algo? ¿Está bien? Contesta.
-Ha desaparecido. Se esfumó, de
La Casa Del Jazmín, ayer noche.
-Mierda. ¿Cómo puede ser?- la
vergüenza se instauraba en su propia casa.- Friem tienes. . .
Tras una breve reflexión, bajó la
cabeza, y tragó saliva.
Las leyes decían claramente, que
las mujeres nacidas de yacer un guerrero y una doncella se convertirían en
doncellas, el resto de su vida fértil. Una vez cumplida su época de madres, tendrían
la opción de convertirse en campesinas o recolectoras. Esa era toda la vida que
conocían las mujeres de su pueblo.
Su hermana, una joven de lo más
vello que su tierra dio, decidió otro futuro. Una deshonra para su casa, pero, por
dentro su corazón de guerrero, latía enviándole a su hermana todas sus fuerzas.
-¿Hermano?- levantó la cabeza.
-Si. ¿Mi señor?
-Sabes lo que tienes que hacer.
-Señor, yo. . .- Breogam le
interrumpió.
-Si, lo se. Se perfectamente lo
que sientes.
-¿Entonces?- Friem esbozó una sonrisa.-
Eso quiere decir que. . .
-Eso quiere decir que, partirás
inmediatamente, la encontraras, y la protegerás hasta que llegue a su destino.
Sea cual sea, si le ocurre algo tú y solo tú serás el responsable.
-Pero señor. . .
Breogam se puso en pie. Dando
unos pasos se acercó a la ventana, apoyándose en el marco, miró al exterior. Debajo
de la torre, el mercado, poco más allá, las cabañas y la muralla, construida
hacia muchos lustros por hombres ya olvidados, y solo un poco más lejos los
valles y lagos.
Colocó un mechón de pelo detrás
de la oreja y rió.
-No te preocupes, ganare tanto
tiempo como me sea posible.
-Gracias, dijo el guerrero,
saliendo por la puerta.
Su hermana estaba a salvo. Friem
era uno de los mejores hombres de armas que conocía. Tras pensar en esto, se
percató que solo quedaban unas horas para que dieran comienzo los duelos. Quizá
fuera a la casa de Los Rosales, un buen rato siempre hacia bien.
En este día se reafirmaría su
mandato o por el contrario seria su final.