domingo, 30 de septiembre de 2012

DÍA 2. Miguel Fernandez



 EL CRIMEN

Amaneció lluvioso, el valle se notaba pesado y oscuro. La gente esperaba la hora de los duelos en sus pallozas, mirando de vez en cuando el reloj de la torre.

-¿Señor Breogam?- la voz de un amigo atravesó las cortinas de la cámara.

-Friem, ¡amigo! Pasa, sabes que tú siempre eres bien venido en mi presencia.

-Breo, querido amigo. . .- Friem hizo una pausa y cogió aliento.- No se como. . . no se como decirte esto.

-No tengo ganas de sorpresas- dijo Breogam dando media vuelta en la cama.- Si no es algo referente a nuestro pueblo, no quiero saber nada. Te ruego que me dejes.

Friem se sentó en el borde de la cama, agarró la manta de piel y tiró de ella.

-Sabes que no te molestaría si no fuera algo importante- dijo empujando a su compañero en mil batallas.- Es una. . . – hizo una pausa calculando sus palabras.- Bueno creo que es una buena noticia. Quizá no sea importante para tu pueblo, pero si para ti y tu familia.

-¿Qué quieres decir? ¿Qué ocurre?- se incorporó en la cama, clavando sus ojos en los de Friem.- Contesta, ¿Qué demonios ocurre?

Friem se puso en pie, tragó saliva y posó su mano sobre el hombro de Breogam.

-Shania, tu hermana, tu única hermana- susurró, como si las paredes pudieran oírle.

-¿Qué sucede con Shania? ¿Le ha ocurrido algo? ¿Está bien? Contesta.

-Ha desaparecido. Se esfumó, de La Casa Del Jazmín, ayer noche.

-Mierda. ¿Cómo puede ser?- la vergüenza se instauraba en su propia casa.- Friem tienes. . .

Tras una breve reflexión, bajó la cabeza, y tragó saliva.

Las leyes decían claramente, que las mujeres nacidas de yacer un guerrero y una doncella se convertirían en doncellas, el resto de su vida fértil. Una vez cumplida su época de madres, tendrían la opción de convertirse en campesinas o recolectoras. Esa era toda la vida que conocían las mujeres de su pueblo.

Su hermana, una joven de lo más vello que su tierra dio, decidió otro futuro. Una deshonra para su casa, pero, por dentro su corazón de guerrero, latía enviándole a su hermana todas sus fuerzas.

-¿Hermano?- levantó la cabeza.

-Si. ¿Mi señor?

-Sabes lo que tienes que hacer.

-Señor, yo. . .- Breogam le interrumpió.

-Si, lo se. Se perfectamente lo que sientes.

-¿Entonces?- Friem esbozó una sonrisa.- Eso quiere decir que. . .

-Eso quiere decir que, partirás inmediatamente, la encontraras, y la protegerás hasta que llegue a su destino. Sea cual sea, si le ocurre algo tú y solo tú serás el responsable.

-Pero señor. . .

Breogam se puso en pie. Dando unos pasos se acercó a la ventana, apoyándose en el marco, miró al exterior. Debajo de la torre, el mercado, poco más allá, las cabañas y la muralla, construida hacia muchos lustros por hombres ya olvidados, y solo un poco más lejos los valles y lagos.

Colocó un mechón de pelo detrás de la oreja y rió.

-No te preocupes, ganare tanto tiempo como me sea posible.

-Gracias, dijo el guerrero, saliendo por la puerta.

Su hermana estaba a salvo. Friem era uno de los mejores hombres de armas que conocía. Tras pensar en esto, se percató que solo quedaban unas horas para que dieran comienzo los duelos. Quizá fuera a la casa de Los Rosales, un buen rato siempre hacia bien.

En este día se reafirmaría su mandato o por el contrario seria su final.

Día dos. Mimi Alonso.



EL CRIMEN

   –Tenemos que hacer algo ya.
   –Lord Julien todavía está de viaje, esperaremos su regreso para…
   –¡No! ¡Se acabó la espera! –Dijo Lord Legard Folt acompañando su exclamación con un golpe sobre la mesa que hizo danzar el vino de las copas.
   –Creo que deberíais calmaros, Lord Legard –sugirió Til con la mirada tan afilada como las lanzas de los salvajes, el Lord carraspeó lleno de rabia contenida–. Como dice mi queridísima prima, Lord Julien no ha regresado de su viaje a Leston: nadie hará nada hasta entonces.
   –¡Pero necesitamos más aumirio! –Protestó Corinte Howkings–. Quizá podríamos enviar un grupo de exploradores al yacimiento próximo a la frontera.
   –¿Estáis sordo o es que no comprendéis a la dama? –El puñal que Til guardaba en su cinturón rozó en el cuello de Corinte en un pestañeo.
   –Ya es suficiente, caballeros –dijo Kristen dedicándole una gélida mirada a su primo político–. Esto no es necesario. Estoy convencida de que el señor Corinte no pretendía desafiar mis órdenes. Baje el cuchillo, Lord Til.
   –No es un cuchillo, querida –dijo este con un amplia sonrisa en los labios, guardó el arma y tomó asiento como si el incidente no hubiera sucedido.
   –Lady Kristen, necesitamos aumirio. Las fábricas están paradas, pero es que además precisamos del mineral para elaborar… ya sabe mi señora.
 
   La esposa de Lord Julien meditó las palabras que Legard Folt había pronunciado, esta vez sin golpe alguno sobre la mesa. Por más que le costara dar la razón a aquel estúpido cabeza de chorlito, la tenía. Cuando su esposo partió hacia Leston la reserva ya escaseaba. ¿En qué diablos estaba pensando? ¿Cómo podía estar retrasando tanto su vuelta? ¿Qué debía hacer ella?

   «¡Quítame los ojos de encima, maldito seas!» pensó sintiendo la mirada de Til recorriendo cada centímetro de su cuerpo. ¿Por qué su esposo tenía que dejarla encargada de Ventia en vez de poner al mando a su adorado primo? Él era ideal para ostentar el cargo, seguro que sabía exactamente qué debía hacerse en ocasiones como aquellas, pero antes que pedirle consejo prefería morir. No soportaría que los ojos verdes de aquel hombre juzgaran su inexperiencia de modo tan socarrón como acostumbraban. No, no le pediría nada.

   Si aquellos idiotas de Ventia querían aumirio, tendrían aumirio.

   –Enviaremos soldados al yacimiento de la frontera.
   –¿Pero qué dices Kristen? –Preguntó Til riendo con sarcasmo–. No puedes hacerlo.
   –Puedo hacer lo que me de la gana, para eso mi esposo me ha dejado al mando –Til recibió desafiante sus órdenes, con una leve inclinación de cabeza cerró la boca para que ella continuara hablando–. Serán hombres de vuestra guardia personal, no perderemos a los nuestros si los salvajes atacan.
   –¡Pero tendríais que enviar hombres de Ventia!
   –He dicho que no –dijo Kristen subiendo la voz, los congregados en la mesa redonda callaron.
   –De acuerdo, los enviaremos mañana.
   –Si te parece bien, queridísima prima, yo iré encabezando la expedición –dijo su primo tomando un trago del vino que escaseaba en su copa.
   –Como desees.

   Los Lores se retiraron con un barullo de sillas arrastradas en el entarimado mientras ella continuaba a la mesa. Bajo sus manos el grueso fardo de documentos, facilitado por los idiotas mandatarios de su esposo, estaba más abombado que nunca.

   –Iremos en dirección norte, atravesaremos la cordillera y desde allí, aún de noche, llegaremos al yacimiento.
   –Bien.
   –¿De verdad no quieres esperar a tu marido? Creo que esto te queda grande.

   Kristen tomó su copa por primera vez y se la llevó a los labios.

   –Eso es una impertinencia. Soy Lady Kristen, esposa de Lord Julien regente de Ventia, y puedo hacer lo que se me antoje; no eres nadie para entrometerte en mis órdenes.
   –En eso tienes razón, pero…
   –No hay peros. Acepta tu lugar en esta colonia y guárdame el respeto que debes.
   –Sí mi señora.
   –Además sé cuidar de Ventia y de mí misma –el vino olía a especias, dulce. 
   –No lo dudo, pero si me permites –dijo Til retirándole la copa de los labios antes que probara la libación–, para empezar a cuidar de ti misma deberías cerciorarte que el vino de tu mesa no esté envenenado.
   –¿Qué estás diciendo? –Preguntó Kristen furiosa, observando su copa alejarse a manos de Til.
   –Lo que escuchas, mi señora –dijo este arrojando el contenido al entarimado que se ennegreció con un ligero humillo, justo cuando el ácido vertido comenzó a corroer la madera. 









*****
Atentos que Miguel aparece en cero coma.
¡Espero que os guste!

domingo, 16 de septiembre de 2012

DÍA 1. Miguel Fernandez



  EL BRINDIS

-Hijo mío, espero que luches con valor y tengas mil hijos. Los dioses saben que necesitamos hombres fuertes.

Las palabras sonaron en los oídos del joven guerrero. El peso de una carga más importante que su propia vida, recaía ahora sobre sus hombros.

-Padre, lo haré, desde este día juro que no parare hasta que nuestra familia rija de nuevo en los dominios de nuestros ancestros -la voz del muchacho se escuchó en todos los rincones de La Torre Blanca, en la sala fue como un trueno, ensordecedor para los presentes-. Lo que sí puedo asegurarte padre es que nuestros enemigos serán decapitados a espada y hacha.

Los más valerosos guerreros del territorio estaban presentes, la muerte de un gobernante, o la decisión de dejar el puesto por falta de fuerzas, era uno de los sucesos más importantes junto con las fiestas de Los Dioses.

El regente, Troin Sharón, El Grande, agarró las sabanas del color más puro, el verde de las praderas que se extendían por los valles en los que trotó con sus caballos tantas veces. Respiró con dificultad un par de veces más, y se dejó llevar por La Diosa Del Descanso y La Diosa De La Guerra, las que acompañaban a los grandes luchadores en su renacer en el reino de Ástur.

El joven muchacho, con sus apenas diecinueve años, recorrió el gran salón con la mirada, respiró todo lo profundo que le permitieron sus pulmones y alzando el cuerno del metal de Los Dioses, lanzó el grito que retó a todos los presentes.

Las miradas se cruzaron por la sala, en ese momento, tres de los presentes derramaron sus copas en el suelo, dejando claro así, que ellos retaban al sucesor del caudillo.

Entonces el silencio se hizo en todos los rincones de la fortaleza.

-Groxi Mano Hierro, reta al nuevo regente -uno de los más sanguinarios luchadores de todo el territorio.

-Zain Martillo Helado, reto al recién ascendido -un Guerrero de las tierras del norte. Poco dado a rebelar sus intenciones y tan sibilino como la más espantosa serpiente de los hielos.

-Berna Cima Ígnea, reto al nuevo señor -a cargo de las montañas hirvientes, amigo de la familia de Breogam, jamás pensó que él derramara el liquido para retarle.

Según las leyes, nada más ser proclamado “rey” el sucesor por derecho, todos los presentes, o mejor dicho, todos los que tuvieran agallas para retar y salir victoriosos de los duelos, podían hacerlo.

El druida se levantó de su silla y miró a los cuatro contendientes.

-Bien, mañana se celebrarán los duelos a espada entre los retadores -concluyó el anciano saliendo por una de las puertas de los laterales.

Los druidas siempre tenían la última palabra según las leyes, ellos conocían los secretos de los bosques y lagos, ellos eran los que podían derrocar a un caudillo si este no lo hacia bien, con esto no significaba que fueran todo poderosos, pero si por un traspiés del regente, se perdía una batalla o peor, una guerra, los druidas tenían la potestad para reunir a todos los guerreros y después de recitar unos viejos cánticos y poner en marcha el reloj de oro que presidía la pared detrás del trono, se encerrarían en la sala a los que por una u otra razón quisieran ser el nuevo señor. Tras las campanadas de la torre que resonaban por todo el valle, sólo uno de los allí reunidos podía salir con vida por la puerta, y claro estaba que no sería el que llevó a esa situación, porque cualquiera de los presentes estaría más que dispuesto a separar la cabeza de los hombros a un guerrero que no llevara a su pueblo a la gloria.

 *****

Pelota en tu tejado.
 

Día uno. Mimi Alonso.


EL BRINDIS

La gigantesca mole mecánica emergía en el puerto haciendo zozobrar los pesqueros y demás naves, semejantes a barquitos de papel comparados con ella.

Tras la boda, el submarino fue uno de más sonados caprichos de su esposo, un hombre maduro y rígido con reputación de pagar grandes sumas por sus excentricidades. Los ribetes que adornaban la proa estaban colocados a modo de cumplir una función desconocida para ella, pero altamente evidente a ojos de él. Cada quiebro de formaban, cada onda con cuerpo de serpiente enredándose con las otras miles, la hacía el arma más deseada y rápida conocida del momento. No eran sólo por sus misiles que podían destruir una ciudad como Ventia de un suspiro, era otro el motivo por el que sus enemigos deseaban poseerlo; el submarino podía recorrer la distancia que separaba Leston de aquella ciudad atestada por máquinas y científicos, en sólo dos días. Gracias al gigante de acero en poco tiempo habían logrado triplicar la población de la colonia.

Pocas semanas tras su llegada, aquel puzle de casas victorianas comenzó a contar con comercios, lugares malolientes donde se mezclaban las peores de las calañas para intercambiar basura. Agradeció su posición privilegiada alejándola de las obligaciones que otras desgraciadas, incluidas sus amigas llegadas de Leston, no podían evadir. Los mercados no eran para ella, las demás podrían olvidar su juventud, su cuna; podían ser sometidas por sus imberbes esposos, pero Kristen no. Antes de codearse con la pestilencia se suicidaría, porque cuando el ilustre Lord Julien colocó un anillo en su dedo para envidia de la sociedad lentoniense, ambos supieron a qué atenerse. Kristen fue raptada de su hogar para cumplir exclusivamente la misión digna de la esposa del dignatario; esperar en la bahía la llegada de  más prole harapienta a Ventia, la ciudad del gris.

Apagó la lámpara de aceite. Una marabunta cargada con sus bultos tristes comenzaba a evacuar el submarino. Odiaba que los secuaces de su marido miraran a la ventana con  esperanza de verla, cerciorando a su esposo de que todo estaba correctamente. Les odiaba a todos. Se quedó a oscuras observándolos, a ellos y al populacho, cuando la puerta de la estancia se abrió dejando entrar luz fúnebre desde el pasillo.

–Ya han llegado.
–Lo sé, los estoy viendo –Kristen se preguntaba cuánto tiempo Til, el primo de su esposo, se retrasaría en ir a informarle de la noticia.
–Debí haberlo supuesto –respondió con su sonrisa limpia–. Parece que Julien no vuelve con ellos.
–Tenía unos asuntos a tratar con Lord Stevens, regresará la próxima semana con el submarino vuelva cargado de mendigos y británicos aterrados.
–No estás de buen humor... Pero no te preocupes querida prima, tengo algo que seguro te hace recuperar la sonrisa aunque sólo sea un momento.

Intrigada, Kristen se volvió. Cuando le tenía de frente su corazón arrugado parecía revivir durante segundos antes de regresar al letargo de su vida.

–¿Por qué sólo un momento? –Preguntó viendo como el primo de Lord Julien llenaba dos copas de un vino tinto, dulce, que olía a frutas desde que descorchó la botella.
–No todo son buenas noticias. Por la ausencia de tu esposo –propuso Til juntando su copa con la de Kristen, ruborizada.
–Es delicioso.
–Es un regalo de nuestros amigos salvajes –se quedó lívida. Miró la botella y luego a él que permanecía con aquella imperturbable sonrisa, evaluando cada cambio que se producía en su rostro. 

Arrojó el contenido de su copa encima de Lord Til, la mano derecha de su esposo.

–Saca eso de mi casa.



*****
No os perdáis la publicación de Miguel.
Un saludo. 




PRÓLOGO, Tierra y Aumirio

Norte y sur.

Diferenciados desde los anales de la historia ya no sólo por las gentes, sino por las costumbres, las armas, el alma.

Norte y sur, orgullo o muerte.

Siglos atrás algunos pudieron elegir bando. En aquel mundo hostil, los agotados pueblos cruzaron la barrera intentando alejarse de la barbarie que traían los cañones recién llegados, para topar con las lanzas de siempre, que asesinaban y destrozaban en su mismo idioma. Pero aquello fue hace mucho tiempo, hoy a penas lo recuerdan, norte y sur son igual de hostiles.

Entre los poblados bosques nórdicos la paz se logra a golpe de hacha. Los cráneos frescos crujen a manos de los norteños, igual que los huesos de antaño. En el sur quizá sean más sibilinos, quizá inyectando un poco de ácido en un organismo se logre el baño de sangre que  deleite al pueblo.

Las antiguas tradiciones pesan en el norte, donde cada hombre posee una habilidad que  beneficia en la guerra, merecedora de ovación frente a cada altar. En el sur quedan todavía rastros de la civilización extinta; allí sólo tienen un Dios, manifestándose en grandes salones concurridos y palacios sucios de hollín.

Un mar oscuro los abraza a ambos. Sólo se deja entrever turquesa cuando el salitre mezclado con sangre enemiga proyecta la luz del sol. Y entonces sí festejan, norte y sur danzan primarios. Puede que eso sean ambos: salvajes bailando la luz de una hoguera que crepita, que anhela más cuerpos a devorar.
Suena el cuerno, al otro lado lo hace una gramola carcomida por melodías negras. El aumirio descansa más allá de las montañas; el norte lo tiene, el sur lo anhela.

Pero suena el cuerno, suena la gramola.
Es el momento. 
Busca tu refugio, empuña espada o revólver, garantiza tu supervivencia.

¿No los oyes?... Suenan.



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Mientras Miguel ilustraba ciertos elementos que iremos publicando más adelante, en aquella noche de verano yo garabateaba estas líneas. Sed pacientes, iremos desvelando más sorpresas según avancen las semanas.
Recibid un saludo de nuestra parte.
Gracias por venir.

Tierra y Aumirio, advertencia y presentación.

Sed bienvenidos a Tierra y Aumirio. 

Os presentamos nuestro ambicioso proyecto nacido una noche de verano cómplice, en plena tierra de montañas. 
Nacido de las cavilaciones de dos confidentes, esta novela por entregas pretende servir de entretenimiento a cualquiera que tenga a bien pasar un rato con nosotros. 

Promesas pocas. Tierra y Aumirio no habla de justicia y seres nobles, no habla de amor e idilios, nuestro proyecto no busca relatar proezas ni hazañas bíblicas. Hablaremos de un mundo que se bebe en dos visiones, hablaremos de lo que unos lloran para que otros festejen. 

Tierra y Aumirio es, en definitivas cuentas, un mundo como otro cualquiera. 

Sed bienvenidos.  


Miguel Fernández y Mimi Alonso.