sábado, 23 de febrero de 2013

Día once. Mimi Alonso

CRUZAN LA FRONTERA

El camino se hizo largo, tanto que cualquiera de los jinetes experimentados que formaban parte de la expedición podía sentir el cansancio en cada músculo de su cuerpo, eso o que tras llegar a Ventia se acomodaron en una calmada vida de burgueses, olvidando que eran soldados a las órdenes del rey.
La ira y el desprecio que sentía Til, aumentaba a medida que el sol se alzaba más alto en el cielo. No era que no disfrutara con aquello, finalmente iban a cazar salvajes y él podría reunir el aumirio prometido a los renzos, lo que le estaba carcomiendo el alma era la llegada del emisario de Leston, del tal Konrad con sus aires de superioridad dispuesto a ordenar en su propia casa… Gracioso que lo enviaran a él cuando jamás fue capaz de hacerlo en Leston.
No sólo le había afrentado a él tratándolo de irresponsable y poco digno del cargo que ostentaba, también se propasó con Kristen, la humilló en un momento tan delicado que incluso el propio Til decidió limar asperezas con ella. Ahora estaba sola con Konrad, a su completa disposición. Si tan solo la hubieran enviado de vuelta a la capital…
-¡Queréis hacer el favor de acelerar el paso! –gritó a la caballería de vagos guerreros que tenía la deshonra de conducir. Los hombres obedecieron y obviando el dolor se pusieron al galope próximos a la frontera.
Si solamente la dejaran marcharse de una vez por todas de Ventia… Él sabía que su prima odiaba el lugar desde lo más profundo de su corazón, lo supo siempre, y para colmo ahora estaba obligada a quedarse hasta que el imbécil de Julien… el cuerpo del imbécil de Julien apareciera.
-¡Allí está la frontera! ¡Acamparemos en tierra de salvajes! –dijo a sus hombres, nadie respondió.

Con sólo avanzar unos metros por aquellos peligrosos parajes uno ya podía sentir que había abandonado la civilización. Entre los árboles se distinguían algunos signos inequívocos de brujería. Til arrancó un amuleto que colgaba de una rama y lo echó a la hoguera del campamento.
-Malditos idiotas. Piensan que con ésta mierda van a poder contener la entrada de un ejército…
-Son como animales, Lord Til, no tienen conocimiento alguno de lo que realmente sucede en el mundo. Son estúpidos y…
-Y están vivos mientras tú hablas –el círculo de caballeros que envalentonados por las palabras del lord habían comenzado a reír, calló al instante-, mientras todos habláis… Estos salvajes están por civilizar pero no son tan imbéciles como pensamos, han conseguido resistir, siguen respirando mientras Ventia pierde reservas de aumirio. Preparaos para la guerra y hacedlo bien. Ahora estamos lejos de nuestro hogar y no me pesa deciros que no lamentaré vuestras muertes, sólo lamentaré que regresemos sin el cargamento. Sois la vergüenza de Leston, la de Lady Kristen y la mía. Preparaos a morir o pelead contra los salvajes: os va la vida en ello.

sábado, 9 de febrero de 2013

Día diez. Mimi Alonso.

MUERE UN PERSONAJE

-...Y por lo visto llego en buen momento –añadió el enviado de Leston levantando una bolsa andrajosa para que quedara a vista de todos.
-¿Qué es eso? –Preguntó Kristen confusa.
-Un regalo de sus amigos los salvajes –lanzó el bulto a los pies de la escalera. Por inercia ella se agachó dispuesta a abrirlo cuando Konrad Arievdouth le ordenó detenerse.-No creo que sea buena idea…
-¿Qué hay en la bolsa?
-Algo que una dama nunca debe sujetas con sus pálidos dedos –se mofó el recién llegado.
Furiosa por la burla, Kristen se agachó junto a la bolsa para desprender los cordones que la anudaban. Acto seguido apartó la tela sucia, húmeda, para atisbar con curiosidad el contenido.
-Dios mío… -alcanzó a decir retrocediendo unos pasos.
La cabeza seccionada de Lord Graham se mostró verduzca, apenas reconocible. El cabello acartonado se mezclaba con la sangre que cubría casi por completo su rostro, como si en cuanto le hubieran cortado la cabeza la hubieran metido en la bolsa.
Til, que aparecía al pie de la escalera en aquellos momentos, detectó el contenido de la bolsa para quedar estupefacto ante la imagen.
-No pensé que las cosas estuvieran poniéndose tan serias por aquí… En Leston desde luego no saben nada de la situación de Ventia. ¿Quién ha estado encargado de todo esto en ausencia de Lord Julien?
-Yo –respondió Kristen sintiendo todo el peso del deber cayendo sobre sus hombros.
-Pues querida mía, ya debería saber que una dama no puede hacer ciertas cosas: debió quedarse al margen.
-¿Cómo te atreves? –Explotó Til avanzando amenazador hasta dejarla a su espalda-. Kristen lo ha estado realmente bien.
-¿Y vos qué hacíais mientras ella estaba realmente bien, Lord Til? ¿Jugabais entre sus faldas? –Til echó mano automáticamente a la empuñadura de su espada, colgando en el cinturón-. ¡Oh! Temo que eso no será necesario. Ahora yo gobierno Ventia –dijo Konrad sacando del bolsillo interior del abrigo un pergamino lacrado, ritualmente lo entregó a Kristen con una inclinación-, así lo dice el rey.
-¿Y cuál es mi función entonces? –Se interesó Kristen con un brillo de ilusión en la mirada. Con mucha suerte la mandarían de regreso y podría olvidar toda la pesadilla que había vivido en Ventia.
-Ponerme al día hasta nueva orden, milady –se burló Konrad-. En cuanto a usted, Lord Til… Debería haber dispuesto las tropas para partir a la batalla hace semanas. ¿Se puede saber en qué estaba pensando? –Preguntó con malicia mientras pasaba la mirada de Kristen a su primo.
-Las tropas están dispuestas, como dice, desde hace semanas –mintió Til.
-Perfecto entonces. Saldrán al frente al amanecer y regresarán con aumirio, quizá eso retrase la orden de Leston que guardo en mi bolsillo, donde se le insta a rendir cuentas ante el rey.
-¡Pero eso es absurdo! ¿Por qué el rey iba a culparme a mí de nada?
-Porque vos representáis al reino, vos formáis parte de la familia que debería haber hecho funcionar ésta colonia y vos, varón que yo sepa –añadió en un descarado reproche a Kristen-, sois el máximo responsable de que Leston obtenga el aumirio.
-¡Eso no es cierto! ¡Él no es responsable de nada! –Protestó indignada-. Yo soy quien quedó al mando tras la desaparición de mi esposo y…
-Creo que deberíais retiraros, Lady Kristen –zanjó amenazador Konrad Arievdouth-. Aquí una dama no pinta nada.
Se quedó con la boca abierta unos segundos a punto de reprochar, pero la cerró. Subió las escaleras taconeando con furia cada peldaño hasta que los invitados escucharon un portazo desde el piso superior.
-Habéis sido muy descortés –chirrió Til con la vena del cuello inflamada.
-Lo necesario, en fin... Preparad carros, no quiero volver a ver vuestro rostro hasta que vengáis de vuelta cargado de aumirio, tras pasar unos cuantos de esos animales por vuestro acero –dijo refiriéndose a los salvajes.

Cinco horas más tarde Til partía hacia la guerra. En la lejanía, tras las cristaleras de su dormitorio, Kristen le vio cabalgar decidido, sin echar la vista atrás ni por un instante.