lunes, 15 de octubre de 2012

Día tres. Mimi Alonso.






UN PASEO A CABALLO



Ciertamente el incidente del vino había sido inquietante. Ni por un momento Kristen sospechó que tuviera enemigos dentro de los muros de Ventia «¡qué digo! ¡dentro de mi propia casa!». Habían intentado envenenarla con ácido. Un gesto particularmente curioso puesto que esa era la forma que tenía Lord Julien para librarse de sus enemigos.

   «Traidores… Si supieran que siguen vivos gracias a mí…» pensó esgrimiendo una sonrisa torcida mientras se sumergía en la bañera llena de agua, leche y aceites, que le había preparado su fiel Claire. Todavía quemaba pese a que sólo entró en el baño cuando ya los exploradores se habían marchado de la ciudad.

   –¿Lord Til, no vamos a detenernos para descansar?
   –¿Qué eres, una niña o un hombre de Ventia? –Preguntó jactancioso.
Sólo llevaban tres horas cabalgando. El grupo de exploradores estaba compuesto por menos hombres válidos de los que le gustaría, todos aquellos sacos de carne se habían convertido en perezosos despojos con sólo vivir seis meses en la colonia. Til no pensaba darles descanso hasta que les sangraran los traseros.
   –No te preocupes Jeogre, ya casi hemos llegado –dijo Graham lanzando al Lord una sonrisa desafiante desde su caballo.

   Graham era el único que sobreviviría si se daba un combate cuerpo a cuerpo contra los salvajes. Ya habían peleado juntos en las legendarias batallas por la independencia de Leston. Ganó medallas, ganó honores, los niños se le acercaban por la calle, las mujeres se rendían a sus pies… Y entonces, cuando nada podía irle mejor, le enviaron a Ventia. En cuanto Til se enteró, supo que lo enviaban para hacerle llegar la muerte que tantas amistades no podían brindarle en Leston, pero Graham estaba lejos de compartir su visión. Él pensaba que le habían mandado allí para inspirar a los hombres, guiarlos en los conflictos que surgieran a la búsqueda del aumirio, sirviendo a Leston y haciendo valer sus leyes en tierras extranjeras.

   –Esperad mi regreso –ordenó Til al grupo de jinetes. Estaban próximos a la frontera, si la pasaban con las monturas alertarían a los salvajes poniéndose innecesariamente en peligro.
   –Estás loco. ¿Piensas adentrarte solo en territorio enemigo? –Se opuso Graham, pero Til no respondió. Espoleó su caballo y trotó en dirección al frondoso bosque donde acababa Ventia y la cosa comenzaba a ponerse realmente interesante.

   Sólo veinte minutos después tuvo que esconderse tras unas rocas al escucha voces cercanas. No pensó que los salvajes osaran acercarse tanto a la línea divisoria; encontrarlos tan despreocupados le enfureció. Una chica y un guerrero discutían acaloradamente en su repugnante idioma. Era una oportunidad perfecta para capturar un salvaje. Los hombres de Ventia nunca habían visto a ninguno separarse de su grupo.

   Sacó su revólver de la funda y apuntó con precisión a la muchacha. Los capturaría a ambos si le disparaba a ella; los salvajes jamás abandonaban a los suyos frente al enemigo. La partida de caza comenzaba y aquellos eran buenos especímenes. Quizá tras llevarlos a Ventia e interrogarlos, le ofrendaría a Lady Kristen sus cabezas para colgarlas en su dormitorio.

   Dos disparos prácticamente seguidos alertaron a los exploradores. Graham, tras discutir con un par de hombres que se negaron a abandonar su segura posición, montó en el caballo dispuesto a auxiliar a su compañero. Se adentraba en el bosque recorriendo el sendero que le pareció más despejado cuando vio dos figuras que caminaban en su dirección.

   Til regresaba y lo hacía con una muchacha. Le había atado las manos y tiraba de ella con ímpetu mientras la chica dejaba tras de sí una estrecha hilera de sangre.

   –¿Ya están de vuelta? –Sorprendida, Kristen dejó el bordador en la mesita junto a su taza de té y siguió a la criada escaleras abajo.

   Los exploradores aguardaban en la recepción con sus sombreros respetuosamente sujetos en las manos. Uno de ellos la dirigió al sótano donde Lord Julien había ordenado construir las celdas para ilustres prisioneros. El marido de Kristen estaba convencido de que estando en su propia casa, era mucho más difícil que las personalidades que allí hospedadas, escaparan con facilidad. Ella odiaba tener aquellas celdas bajo sus pies, odiaba escuchar los gritos alcanzando su dormitorio por las noches. 

   –¿Pero qué es esto? –Preguntó Kristen–. ¡Haz el favor de parar ya! –Pidió horrorizada viendo a Til descargar un nuevo latigazo en la espalda de la chica, que se encogía gritando de dolor en un rincón.
   –Levántate y presenta tus respetos –pidió Til amablemente con el látigo todavía ardiendo en su mano, Kristen sintió escalofríos viendo sus ojos brillar excitados por el miedo de la muchacha–. ¡Levántate y saluda a Lady Kristen! –La salvaje se apoyó en una cañería dorada intentando temblorosa ponerse en pie–. ¡Levántate! –Gritó dando zancadas hacia ella con la mano levantada.
   –¡Te he dicho que pares! –Le ordenó Kristen interponiéndose entre los dos. Al instante Til dejó caer la mano. 
   –Es basura.
   –Es una chiquilla –repuso ella furiosa, se volvió hacia la salvaje siendo consciente de la mancha de sangre que había quedado en la tubería–. ¿Me entiendes? ¿Entiendes mi idioma? –Preguntó sintiendo lástima por primera vez al ver el miedo en los ojos de un salvaje.




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