sábado, 15 de diciembre de 2012

Día seis. Mimi Alonso



ENCUENTRAN UN LIBRO

   –Bueno, sí, ¿y qué pasa? ¿qué puede hacer?
   –Puede desencadenar una guerra.
   
Kristen meditó las palabras de Claire. Muchas veces se pasan por alto las opiniones del servicio en una casa señorial, cuando son ellos precisamente las presencias invisibles que convergen en cada habitación, los espíritus que sirven el té, escuchan y callan con la vista baja. Tanto Kristen como Claire sabían de la doble función de la criada–espía, pero Kristen estaba tranquila al respecto, Claire nunca la traicionaría.
   –Niña, deberías bajar y hablar con ella. Muchos comprenden nuestro idioma, pero hay otros que sí. Quizá si te muestras amable acabe por cooperar contigo y con Ventia.
   –¿Tú crees?
   –Por supuesto. Baja y llévale esto –dijo Claire sacando de su delantal papeles arrugados que en algún momento fueron un libro.
   –¿Qué es?
   –La biblia, por supuesto. Llévatela contigo, deja que la vea y decida por sí misma si quiere ayudarte o no.
   –¿Crees que lo hará?
   –Creo que se mostrará más atenta a tus preguntas que a las de tu primo Til.
   –Julien ya debería estar de regreso. Es él quien tendría que ocuparse de este asunto, no yo –dijo Kristen afectada. Nadie sabía de su paradero desde hacía semanas. Parecía como si el mar lo hubiera tragado sin sin darle tiempo a despedidas, pero no era así: el barco salió de Leston.
   Carraspeó un par de veces intentando absorber las lágrimas que amenazaban con caer rodando escandalosamente por sus mejillas. No era el momento de mostrarse débil, debía ser consorte, debía ser Mujer de Leston: Mujer de Ventia. Claire acarició sus mejillas antes de invitarla con un gesto a tomar la puerta.

   Jamás le gustaron los calabozos, jamás pisaba aquella parte de la casa. Nunca salvo en casos como aquel, de necesidad extrema. La chica continuaba con los grilletes puestos, encadenada como se le hace a los perros guardianes durante el día.
   Se aproximó a ella con cierto recelo, llevaba el libro en la mano. La chica le miró aterrorizada con los ojos fuera de órbita. Cuando Kristen avanzó un poco más, la salvaje seguía temblando a la espera de que tras ella viniera su captor. Al percatarse…
   –No temas. Estoy sola… –pero la salvaje intentaba retroceder entre sollozos, alejándose–. No temas, de verdad. No voy a hacerte dañ…
   En ese momento se puso a gritar. Kristen retrocedió alarmada mientras veía el rostro de la salvaje mudar de color. Sus chillidos eran los más aterradores que hubiera escuchado en su vida. No sabía qué hacer y se decidió a alejarse intentando que el escándalo tocara su fin, pero no lo consiguió. La chica continuó gritando como si la estuvieran matando mucho después incluso de que se retirara escaleras arriba.

   Til se quitó las botas en la puerta. Utilizó su llave para colarse en la mansión sin despertar a nadie. Odiaba los interrogatorios de la gente, por eso nadie osaba preguntarle nunca nada. Nadie salvo Kristen, que podía hacer siempre lo que quisiera.
   Caminaba despacio intentando pasarle desapercibido cuando, para su sorpresa, fue él quien la vio atravesar la sala sigilosa. La siguió. Bajaba a los calabozos con un libro. ¿Qué demonios iba a hacer?...
   Mientras hablaba con la salvaje, desde la zona más oscura de los calabozos, Til las observaba llevándose un dedo a los labios, utilizando un lenguaje universal con la salvaje. La presa fue lista y aunque no calló, gritó espantando a su querida prima mientras los dientes de Til refulgían entre las sombras con una temible sonrisa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario