EL CRIMEN
–Tenemos que hacer algo ya.
–Lord Julien todavía está de viaje, esperaremos su regreso para…
–¡No! ¡Se acabó la espera! –Dijo Lord Legard Folt acompañando su exclamación con un golpe sobre la mesa que hizo danzar el vino de las copas.
–Creo que deberíais calmaros, Lord Legard –sugirió Til con la mirada tan afilada como las lanzas de los salvajes, el Lord carraspeó lleno de rabia contenida–. Como dice mi queridísima prima, Lord Julien no ha regresado de su viaje a Leston: nadie hará nada hasta entonces.
–¡Pero necesitamos más aumirio! –Protestó Corinte Howkings–. Quizá podríamos enviar un grupo de exploradores al yacimiento próximo a la frontera.
–¿Estáis sordo o es que no comprendéis a la dama? –El puñal que Til guardaba en su cinturón rozó en el cuello de Corinte en un pestañeo.
–Ya es suficiente, caballeros –dijo Kristen dedicándole una gélida mirada a su primo político–. Esto no es necesario. Estoy convencida de que el señor Corinte no pretendía desafiar mis órdenes. Baje el cuchillo, Lord Til.
–No es un cuchillo, querida –dijo este con un amplia sonrisa en los labios, guardó el arma y tomó asiento como si el incidente no hubiera sucedido.
–Lady Kristen, necesitamos aumirio. Las fábricas están paradas, pero es que además precisamos del mineral para elaborar… ya sabe mi señora.
–Lord Julien todavía está de viaje, esperaremos su regreso para…
–¡No! ¡Se acabó la espera! –Dijo Lord Legard Folt acompañando su exclamación con un golpe sobre la mesa que hizo danzar el vino de las copas.
–Creo que deberíais calmaros, Lord Legard –sugirió Til con la mirada tan afilada como las lanzas de los salvajes, el Lord carraspeó lleno de rabia contenida–. Como dice mi queridísima prima, Lord Julien no ha regresado de su viaje a Leston: nadie hará nada hasta entonces.
–¡Pero necesitamos más aumirio! –Protestó Corinte Howkings–. Quizá podríamos enviar un grupo de exploradores al yacimiento próximo a la frontera.
–¿Estáis sordo o es que no comprendéis a la dama? –El puñal que Til guardaba en su cinturón rozó en el cuello de Corinte en un pestañeo.
–Ya es suficiente, caballeros –dijo Kristen dedicándole una gélida mirada a su primo político–. Esto no es necesario. Estoy convencida de que el señor Corinte no pretendía desafiar mis órdenes. Baje el cuchillo, Lord Til.
–No es un cuchillo, querida –dijo este con un amplia sonrisa en los labios, guardó el arma y tomó asiento como si el incidente no hubiera sucedido.
–Lady Kristen, necesitamos aumirio. Las fábricas están paradas, pero es que además precisamos del mineral para elaborar… ya sabe mi señora.
La esposa de Lord Julien meditó las palabras que Legard Folt había pronunciado, esta vez sin golpe alguno sobre la mesa. Por más que le costara dar la razón a aquel estúpido cabeza de chorlito, la tenía. Cuando su esposo partió hacia Leston la reserva ya escaseaba. ¿En qué diablos estaba pensando? ¿Cómo podía estar retrasando tanto su vuelta? ¿Qué debía hacer ella?
«¡Quítame los ojos de encima, maldito seas!» pensó sintiendo la mirada de Til recorriendo cada centímetro de su cuerpo. ¿Por qué su esposo tenía que dejarla encargada de Ventia en vez de poner al mando a su adorado primo? Él era ideal para ostentar el cargo, seguro que sabía exactamente qué debía hacerse en ocasiones como aquellas, pero antes que pedirle consejo prefería morir. No soportaría que los ojos verdes de aquel hombre juzgaran su inexperiencia de modo tan socarrón como acostumbraban. No, no le pediría nada.
Si aquellos idiotas de Ventia querían aumirio, tendrían aumirio.
–Enviaremos soldados al yacimiento de la frontera.
–¿Pero qué dices Kristen? –Preguntó Til riendo con sarcasmo–. No puedes hacerlo.
–Puedo hacer lo que me de la gana, para eso mi esposo me ha dejado al mando –Til recibió desafiante sus órdenes, con una leve inclinación de cabeza cerró la boca para que ella continuara hablando–. Serán hombres de vuestra guardia personal, no perderemos a los nuestros si los salvajes atacan.
–¡Pero tendríais que enviar hombres de Ventia!
–He dicho que no –dijo Kristen subiendo la voz, los congregados en la mesa redonda callaron.
–De acuerdo, los enviaremos mañana.
–Si te parece bien, queridísima prima, yo iré encabezando la expedición –dijo su primo tomando un trago del vino que escaseaba en su copa.
–Como desees.
Los Lores se retiraron con un barullo de sillas arrastradas en el entarimado mientras ella continuaba a la mesa. Bajo sus manos el grueso fardo de documentos, facilitado por los idiotas mandatarios de su esposo, estaba más abombado que nunca.
–Iremos en dirección norte, atravesaremos la cordillera y desde allí, aún de noche, llegaremos al yacimiento.
–Bien.
–¿De verdad no quieres esperar a tu marido? Creo que esto te queda grande.
Kristen tomó su copa por primera vez y se la llevó a los labios.
–Eso es una impertinencia. Soy Lady Kristen, esposa de Lord Julien regente de Ventia, y puedo hacer lo que se me antoje; no eres nadie para entrometerte en mis órdenes.
–En eso tienes razón, pero…
–No hay peros. Acepta tu lugar en esta colonia y guárdame el respeto que debes.
–Sí mi señora.
–Además sé cuidar de Ventia y de mí misma –el vino olía a especias, dulce.
–No lo dudo, pero si me permites –dijo Til retirándole la copa de los labios antes que probara la libación–, para empezar a cuidar de ti misma deberías cerciorarte que el vino de tu mesa no esté envenenado.
–¿Qué estás diciendo? –Preguntó Kristen furiosa, observando su copa alejarse a manos de Til.
–Lo que escuchas, mi señora –dijo este arrojando el contenido al entarimado que se ennegreció con un ligero humillo, justo cuando el ácido vertido comenzó a corroer la madera.
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Atentos que Miguel aparece en cero coma.
¡Espero que os guste!
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